
Este domingo pasado era la primera cita con el deporte del año para mi. El año pasado me tocó correr con Carlos Cruzado y Raoul Farer (y su hijo Luc) la Cursa de Sant Antoni 2007, que acabé con uno de mis peores registros en carreras de 10 km, superando los tres cuartos de hora. Recuerdo que cuando acabamos nos bebimos unas cuantas Moritz y a partir de ahí empezamos todos a progresar bastante con nuestros tiempos y yo llegué a bajar de los 40' en la Cursa dels Bombers de Barcelona de 2007.



Este año, sin embargo, la cita ha sido con la bici de montaña y con Carlos Muniesa. En el pueblo de Santpedor, al norte de Montserrat, cada año desde hace ya quince (o más) se celebra la Hivernal de Bagés.
Esta prueba se compone de unos 46 kilómetros combinados en superficies de pista forestal, senderos, rieras, caminos de piedras, barrizales y sólo un poquito de asfalto.
La carrera (no competitiva) empezaba tranquilamente a las 8:30 con una salida gradual de los más de 300 corredores inscritos. Nada más empezar todavía calentito del coche y amodorrado por el sueño y la calefacción te encuentras pedaleando al lado de una vía de tren donde pudimos ver que la catenaria estaba completamente escarchada por el frío helados de la zona a pesar de un sol recién amanecido cegador. Un poco más adelante nos adentrábamos en la primera pista donde nos hacían una fotografía, que a la llegada podíamos recoger. En la fotografía todos aparecemos limpitos, sonrientes, con las bicis relucientes y sus neumáticos brillantes, nuestro flamante nuevo equipo de culottes y maiots recien traído de oriente por Sus Majestades los Reyes Magos. A la llegada el que no iba de barro hasta las orejas: a) o era un pro o b) había encontrado un atajillo.
Carlos y yo llegamos justos de tiempo y salimos de los últimos. El recorrido estaba perfectamente señalizado en todo momento y a pesar de ir durante gran parte del recorrido solos, no tuvimos serias dudas de por donde continuar o desorientación. En zonas de senderos entre los arboles, los centenares de bicis que habían pasado antes de nosotros habían marcado perfectamente el recorrido.
El circuito combinaba zonas técnicas con pistas de transición y pendientes muy pronunciadas que requerían ponerse la bici a las espaldas, así como bajadas de miedo en las que sólo los más expertos podían arriesgarse a no desmontar de la bici.
Al cuarto kilómetro, ya nos habíamos bajado un par de veces a empujar y empezamos a pasar a rezagados y a grupos que habían pinchado, la dureza del recorrido empezaba a enseñar los dientes.
Sin embargo todavía estabamos frescos y contentos de habernos animado a una carrera de este estilo.
La carrera tenía aproximadamente unos 4 puntos de avituallamiento, uno en el pk. 13, otro en el pk. 26 y los dos últimos estaban muy seguidos en el pk. 37 y 39 (en la línea de meta también había avituallamiento y duchas). En ellos podías tomar de todo: naranjas cortadas en cuartos, caldo, agua, bebida isotónica, donuts, cocacola. Pero el avituallamiento estrella, en el que más rato nos paramos fué en el segundo, en ese había barbacoa consistente en bocadillos de butifarra y panceta, así como porrones de vinacho que actuaban a modo de queroseno para activar los recatores y turbinas de nuestros cuadriceps, aductores y gemelos.
Yo en este punto me encontraba francamente mal y me arrepentía de haber comido tanto cordero, cochinillo, langostinos, lubina... durante las fiestas de Navidad. Además, las rodillas, una por delante y la otra por detrás me dolían y no me permitían aprovechar al 100% las pocas fuerzas que en esos momentos me quedaban.

Ya en esos momentos Carlos empezaba a demostrarme que su estado de forma era bastante más bueno que el mío y mientras veía que en las cuestas se alejaba me empezaba a plantear apuntarme al gimnasio que hay cerca de casa aunque sea para realizar un par de veces por semana el milagroso spinnig.
Como decía ya había empezado a pensar en abandonar la carrera a mitad de recorrido, por que el perfil que había al lado de la barbacoa mostraba que todavía nos quedaban tres Mortirolos más. Pero no se de donde saqué valor a para continuar. Nos quedaban tres horas por delante muy duras.
La segunda parte al final no era tan dura como la primera pero presentaba repechos desesperantes y pistas llenas de barro que se pegaba a las cubiertas de las ruedas a modo de lastre. Por suerte había zonas de bajada muy divertidas que requerían un cierto nivel técnico en las que podía compensar el tiempo que me sacaba Carlos en las subidas. Pero eran las que menos. Llegado un momento mis muslos empezaron a sufrir calambres incontrolables y mis gemelos parecían inmovilizados por dos botas de esquiar. Poco a poco el tiempo y el espacio iban pasando y llegamos a una pista en la que se olía la civilización.
Al final tradamos unas siete horas en recorrer el circuito. Pero una buena ducha (fría, el agua caliente se la habían acabado los más espabilados) nos estaba esperando para refrescarnos las ideas. A Carlos en su cuenta kilómetros le aparecían unos 50 km, cuatro más de lo que decía la organización.
No obstante la experiencia es muy recomendable y Carlos y yo quedamos en que hay que hacer más salidas de este estilo más a menudo, siempre y cuando me entrene durante la semana haciendo spinning o como sea, cosa que ya he empezado a hacer.