sábado, 24 de mayo de 2008

Perdido en el centro comercial




Por Óscar Gogorza
Publicado en El País el 24 de mayo de 2008


Puedo resumir ocho años de relación con Iñaki Ochoa de Olza a través de imágenes que ahora se empujan en mi desnortado cerebro. Pero las palabras se atascan. Trato de colocarme en el lugar de sus padres, de sus intimísimos, y fallo. Sencillamente, me dejo arrastrar por el egoísmo, incapaz de ofrecer resistencia: saber que le voy a echar tanto de menos es, en estos momentos, demasiado saber. Asimilar que no he disfrutado a conciencia de su compañía, de sus artículos, de su inteligente ironía o de su curiosidad me resulta imperdonable, frustrante. Así que van las imágenes: abriendo huella en el K2 cuando el resto se escondía; llorando de frío y risa en la misma montaña, incapaces de quitarnos el casco el uno al otro; saltando de envidia y orgullo cuando llamaba desde alguna cima; desayunando antes de coger los esquís; un vegetariano convencido comiendo jamón serrano en un campo base; una colección de zapatillas embarradas amontonadas en su casa... Bien mirado, estas imágenes no resumen nada, tan sólo ilustran el dolor de una pérdida.


¿Cómo decir lo esencial? ¿Cómo expresar que Iñaki era valiente y buena persona? Vuelvo a intentarlo. Este año, Iñaki salió rumbo al Himalaya mucho antes de lo que tocaba. "No tengo nada que me retenga en casa. Así que, puestos a entrenarme, lo hago allá, subiendo montes distintos", aclaró. De la ciudad sólo le interesaban las salidas hacia el Pirineo. Y los Sanfermines, corriendo ante los toros. Por teléfono, una mañana, Iñaki se confesó perdido en un centro comercial: metáfora de su forma de afrontar la vida. Sospecho que era tan feliz en Nepal o Pakistán como entrenándose en soledad en las lomas que circundan Pamplona. Bien lejos de las servidumbres de lo cotidiano. Es más viable ser feliz cuando uno sabe qué hacer con su vida; cuando elige, libre, antes de que las circunstancias decidan por uno mismo. Pero resulta mucho más complicado ser consecuente con un ideal. De hecho, lo difícil no es escalar uno o doce ochomiles. Lo realmente admirable es hipotecarse emocionalmente para no traicionarse, para no bajar los brazos, para ser distinto en un mundo de clones. Tener la fuerza de soñar, de ser fiel a un estilo de vida, de asumir la muerte como parte de la apuesta vital. Y, además, contarlo de viva voz, incansable, en conferencias y artículos sabiendo que la audiencia escuchará agradecida, soñando un instante, siguiendo después con sus vidas.
No sé..., creo que pierdo el hilo. Dudo entre seguir escribiendo como periodista o como amigo, pero resulta más sencillo lo segundo. Acabo por la tangente, con uno de esos chascarrillos que te contaba por teléfono para amenizar tus jornadas en el campo base: esta tarde, Juan José Millás (¿cuántas veces comentamos, admirados, su columna?) me ha preguntado por ti en la radio. Y, por un día, la noticia de tu pérdida ha merecido en la prensa más atención que las vicisitudes de Fernando Alonso. Irónico, ¿no?

lunes, 19 de mayo de 2008

Cabrerès BTT 2008



A las siete menos cuarto de la mañana ya estaba preparado para montar en la bici, había aparcado el coche en el primer aparcamiento especialmente habilitado por la organización de la Cabrerés que encontré en Santa María del Corcó.

El día amenazaba lluvía y la mañana era muy fría y húmeda, así que al quitarme la chaqueta que llevaba y empezar a pedalear hacia abajo en dirección al punto de recogida de dorsales y el de salida se me pusieron los pelos de punta.

Antes de llegar a la zona de entrega de dorsales y chip, pasé por la salida. Rodavía quedaban 10 minutos para dar el pistoletazo y ya había unas cien o ciento cincuenta bicis apelotonadas en el punto de salida.

Llamé a Josep para ver por donde andaba y así, al menos salir juntos. A pesar de decirme que estaba llegando, vi que tardaba mucho y decidí partir solo, me estaba quedando frío. Pero el espectaculo merecía la pena, en la zona de salida, no paraba de escucharse un pitido continuo que emitían las alfombras detectoras de chip, desde hacía más de treinta minutos no había dejado de sonar a penas unos segundos.

Me uní a la cola para salir de allí. Empieza la aventura, sesenta y cinco kilómetros por delante, recorrido ligeramente superior que el de otras carreras que he disputado hasta ahora. Esta es la fiesta de la mountain bike sin lugar a dudas tanto por el recorrido como por la cantidad de corredores.

En un par de kilómetros se avista una enorme subida de color rojo totalmente atiborrada de ciclistas, calculé que delante de mí habían salido unos mil y pico corredores, tanto del trayecto corto como del largo. La pista fue un adelanto de lo que nos esperaba: barro. A pesar de tener que empujar la bici a pié durante unos metros, esa subida era bastante aceptable y comencé a pasar a bicis y más bicis. Después se llegaba a una urbanización y se continua subiendo y subiendo, con algunos tramos de bajada para refrescar piernas hasta que llegamos al primer avituallamiento, justo antes del punto más alto de la carrera, el Collet de Rajols, desde donde se podía disfrutar de unas vistas preciosas. Sólo son las 8:30 y ya llevamos doce o trece kilómetros, el avituallamiento consiste en agua y fruta que me fue muy bien para desayunar. Sólo había tomado un café con leche a las cinco y media en casa. Hasta aquí todo fue coser y cantar y no había mucho barro.




Cuando coronas el Collet tienes una bajada prolongada hasta Rupit, donde puedes escoger entre el recorrido largo o corto mientras te comes un bocadillo de butifarra. Preparar butifarra para tres mil personas tiene mérito.

Yo, por supuesto, escogí el tramo largo. Todo fue bastante infernal a partir de ahi, charcos que cubrían hasta la mitad del muslo, barro a punta pala, subidas muy técnicas y las bajadas, aceptables, sólo que con el barro la rueda de delante patinaba muy fácilmente, casi tan facilmente como con el hielo.



Otro de los puntos a remarcar es que con tanto barro mi freno de atrás, después de más de dos mil quinientos kilómetros sin dar un solo problema, se gastó definitivamente en medio de una bajada fuerte. Apartir de entonces, las bajadas se me hicieron infernales, tenía que ir despacio, sin embalarme y en los tramos más técnicos, con un pié fuera de la cala, cosa que hizo que acabase en el suelo un par de veces, una de ellas con avería de maneta de freno trasero.

No era el único con problemas mecánicos, la mayoría de bicis sufrieron un montón, sobre todo en cuanto a cambios y frenos. De todas maneras, no recuerdo haber puesto el plato mediano más que un par de veces en toda la carrera.


Pero todavía quedaba el último tramo de subida, donde me lo pasé de maravilla adelantando a un montón de gente, en una de las pocas pistas donde no habia ni gota de barro y a pesar de que oía que alguno de mis frenos rozaba con el disco, y eso suponía ir ligeramente frenado, decidí no desesperarme y tomármelo como un entrenamiento con dificultad añadida.

En el cuarto avituallamiento afrontas la última bajada, muy trepidante, con saltos muy divertidos, por un momento me olvido que no llevo freno trasero y caigo otra vez por culpa de bloquear la rueda delantera. Por suerte sólo he me hice daño en el dedo pulgar izquierdo y eso hacía que todavía me costase más apretar el freno delantero y aguantar el manillar en la fuerte bajada.



Ya sólo quedaban dos kilómetros para acabar la carrera. Finalicé en cinco horas y diez minutos, en la posición 253 de 1300 personas que eligieron el recorrido largo.

Verdaderamente, es la carrera más emocionante que he realizado hasta el momento y el hecho de ver tantisimas bicicletas juntas, unas tres mil, te llena de emoción. Como siempre, lo mejor viene después de la carrera, había cerveza gratis y estuve esperando a Josep y compañía durante un buen rato para comer con ellos, pero no llegaron hasta la octava cerveza. Después de una duchita fresca y un manguerazo a las bicis, comemos en una terraza con toldo que para las gotas de la lluvia. La lluvia nos respetó y no nos lo puso más dificil durante la carrera.




martes, 13 de mayo de 2008

Media maratón de Girona 2008




Desde hacía bastante tiempo, en el vestuario del gimnasio veía a gente prepararse para ir a correr todos los días a eso de las siete y media de la tarde. A parte, mi vecino, socio del mismo gimnasio, me había comentado que algunas veces había ido a correr con un grupo de locos de la larga distancia.
No fue hasta hace un par de semanas que, antes de entrar al vestuario, vi a uno de ellos que ya estaba preparado y leyendo el periódico relajadamente en el amplio recibidor del gimnasio. Le pregunté si podía unirme con ellos esa tarde y por supuesto no puso ninguna objeción.
Al poco rato ya estábamos estirando y me presenté al resto de corredores, una chica y tres chicos, por lo visto faltaba alguien más pero debía estar de viaje. Así que salimos, los primeros dos kilómetros fueron suaves.
Mientras comenzamos a rodar yo me coloqué al lado del que parecía ser el líder del grupo, el más mayor y el que tenía más kilómetros a las espaldas con seguridad.
Comentamos lo típico: distancia preferida, mejores tiempos, maratones…
Al poco dejamos de hablar y el ritmo, lo noto, se ha endurecido y no baja hasta que volvemos al gimnasio.
El jueves, me dicen, van a hacer series y un martes al mes hacen veinte kilómetros, todos los demás días hacen una horita de reloj corriendo.
Al cabo de dos semanas, después del puente, toca uno de esos martes que corren casi media maratón. Yo no lo se y no me doy cuenta hasta que llegamos a Castelló d’Empúries. A la vuelta ya es casi oscuro y amenaza con lluvia. Les digo que es la primera vez que corro veinte kilómetros un día de diario y la mayoría se ríe. Un de ellos me dice que me apunte con ellos a la media maratón de Girona.
Al principio dudo. Pero a la mañana siguiente, después de haber dormido como un niño y de despertarme sin casi molestias ni agujetas me apunto a la carrera por Internet.
El domingo empieza todo muy temprano. Quedamos todos a las 7:30 a.m. en frente del bar NII.
El día está nublado con amenaza seria de lluvia.
Durante la carrera empezamos todos juntos menos el más veterano que antes de acabar el primer kilómetro le hemos perdido la vista. A los cuatro kilómetros mi zancada se abre cada vez más y más y cojo un ritmo bastante agradable. Empiezo a adelantar a gente y más gente.
En el kilómetro siete a una de las personas que adelanto parece gustarle mi ritmo y se pega a mi lado, vamos juntos hasta el kilómetro doce y allí se despega de mí y me empieza a dejar atrás. Yo voy bien así, no quiero seguirle.
La carrera se está haciendo muy agradable. Principalmente el recorrido transcurre por las cercanías y polígonos de la ciudad, cosa que no es que sea muy bonita, pero como el día es fresquito y en definitiva hemos venido a correr, no importa.
Todo sigue más o menos bien hasta que llegamos al kilómetro catorce y pico, casi en el quince empieza un subida bastante importante que a estas alturas se hace pesada. Justo en el quince hay el tercer avituallamiento (uno en cada punto kilométrico múltiplo de cinco) y me tiro una botella de agua por encima y bebo lo poco que me cae en la boca. La camiseta se me empapa y el agua me baja hasta las zapatillas, esa agua, junto con los charcos que he pisado, las cuatro gotas que han caído y las otras tres botellas que me he tirado por encima me moja las zapatillas y me empiezo a sentir un poco incomodo en los pies. En el 16 vuelve a haber una subida importante y además los participantes de media maratón estamos empezando a adelantar a los corredores más rezagados de la carrera de 9 km que se iniciaba a las 10, la mayoría de estos son niños y niñas que como mucho han dado una vuelta corriendo al patio de su colegio y después de tres kilómetros están totalmente desfondados y no les queda más remedio que andar. Nueve kilómetros me parece demasiado para un niño pequeño.
Se acaban las cuestas hacia arriba y comienza la bajadas en dirección a la meta, ya solo quedan 3 kilómetros que se me hacen bastante pesados pero saco fuerzas y consigo acabar con un sprint de casi 200 metros para llegar con mi mejor marca en media maratón: 1:35:49.

domingo, 4 de mayo de 2008

Puente de Mayo de 2008


Ya hace más de un mes que mi primo Charly y yo estábamos preparando unas rutas en bici para el puente de mayo. Las rutas consistian en una visita a Figueres de él con Lalo. Charly proponía planes desde Madrid y yo los he ejecutado en primera línea de combate bastante bien creo.
Charly y Lalo llegaron a eso de las dos de la madrugada del jueves así que el jueves 1 de mayo nos despertamos con calma y después de desayunar preparamos las bicis y comenzamos la primera ruta del fin de semana.

Figueres – Empuriabrava – Roses – Cadaqués – Llançà

De Figueres salimos por el camino que va paralelo al Manol para ir a hasta la Muga y bajar a hasta la playa de Empuriabrava pasando por Castelló de Empuries. El ritmo ha sido bastante lento, además perdimos a Charles nada más salir del garaje de casa y tuvimos que ajustar los frenos de la bici de Charles que nos estaban volviendo locos del ruidito que hacían, gajes del oficio.
En Empuriabrava comimos el primer bocadillo que teníamos en nuestro kit de supervivencia personal y hemos visto cómo se preparan los kite surfistas toda la parafernalia que rodea esta modalidad de surf. La verdad es que cada día me dan más envidia, probablemente parte de la paga extra de verano la invierta en un curso y un equipo.
Después de Empuriabrava cruzamos los canales de Santa Margarita y en Roses compramos tres pasajes en barco hasta Cadaqués. La travesía ha sido bastante movida, al principio nos sentamos en el puente superior pero allí notábamos demasiado la zozobra del barco y nos preocupaba que el manillar de alguna de las bicis no acabase incrustada en alguna cabeza de los turistas que se habían quedado en la parte cubierta. Por suerte no había pasado nada, pero en el interior el mareo se agudiza y acabamos en la popa donde se podía respirar un poco de aire y el barco no se movía tanto.

Una vez en Cadaqués fuimos hacía Port Lligat y después hacía el Cap de Creus, según nos acercábamos el viento se acusaba más y más hasta el punto que en los tramos de bajada había que pedalear si se quería avanzar. Una vez en allí proseguimos la aventura a través del GR11, que es la Gran Ruta que cruza el Pirineo de cabo a rabo. Nuestro objetivo era llegar hasta Port de la Selva y de allí ir por la carretera hasta la estación de Llançà.

Pero el GR11 era más complicado de lo que me había pensado y en el tramo que se pasa a la altura de la Cala Tavallera hay que bajar de la bici y ponérsela a cuestas durante un buen (mal) rato. Además notamos el cansancio, la insolación y la desorientación del viento, constante desde Empuriabrava.
El sol se iba poniendo poco a poco tras los montes de la Sierra de Alberes y las vistas, con el mar a la derecha y Port de la Selva abajo, eran maravillosas, lástima que el agobio por el tiempo no noss dejó disfrutarla mucho. Otra vez lo tendremos que hacer con más tranquilidad.
Al final llegamos a Llançà cinco minutos más tarde que partiese el último tren. La gota que colma el vaso. En total 55 km en bici y unas cuantas leguas en nave.
Taxi hasta Figueres entre Lalo y yo para coger el coche de Charles y volver a Llançà donde estaba esperando Charles con las bicis.
Mi idea era comerme un cochinillo o un cordero entero por barba, pero llegamos a Figueres a las once de la noche, demasiado tarde para que nos cogiesen mesa en cualquier restaurante.
Por suerte, medio kilo de spaghetti, media ristra de chorizo y medio litro de tomate fueron suficientes para calmar las hambres a medias de los tres.
El día siguiente lo dedicamos al placer de no hacer nada que requiriese demasiado esfuerzo. Desayuno en casa muy tranquilos y después fuimos directos a la playa de la Almadraba, donde después de beber unas cervezas para abrir boca, nos comimos una paella de la que no sobró ni un grano. De camino a Figueres decidimos que no podía ser que ese día pasase sin hacer algo de deporte, así que hicimos un par de carreras en los karts de Roses, en las dos tandas les quité las pegatinas a los bólidos de Lalo y Charles.
Después, ya en Figueres, compramos unas butifarras de perejil, de setas y normales y un brazo de gitano de medio metro. Unas cañas con Jura de aperitivo y ya en casa la cena fue coser y cantar.
Al día siguiente decidimos tomar las bicis otra vez,

St. Llorenç de la Muga:

Este es el día que más temprano nos levantamos de los tres. Fuimos en coche hasta St. Llorenç de la Muga y de allí fuimos valle arriba hasta que, a medio camino entre St. Llorenç y Albanyà la pista se convierte en un sendero por el que hay que ir en fila india. Dimos media vuelta y para matar el rato subimos hasta la Torre de Guaita, donde nos cominos unas naranjas que yo llevaba en mi mochila. En total poco más de 20 km.

Por la tarde comimos tres pollos a l’ast y una tortilla de patatas, eso si, con la ayuda de mi amiga Francesca y su novio Andrea que habían venido a pasar el puente a Barcelona y habían aprovechado ese día para ir a Figueres a visitar el museo de Dalí.
Después de la comilona y la sobremesa teníamos hora reservada en un Spa en Sant Climent de Sescebes.

La idea fue de Charles, que es un experto en estas movidas. El circuito consistía en una sauna turca, que es lo mismo que la sauna pero húmedo y con aromas a eucaliptos, luego un peeling corporal, un baño de burbujas y finalmente un masaje en las piernas que hizo que me saltaran las lagrimas de los ojos.
Acto seguido, una cena homenaje en el Ampurdán con los siguientes entrantes a compartir: higado graso, un plato de colmenillas en su salsa y guisantes con butifarra negra. De segundo y también a compartir entre los tres como buenos hermanos: bacalao con muselina de ajo, rodaballo y carrilleras con foi. Para acabar, carrito de quesos y carrito de dulces, a destacar el tocinillo de cielo. Todo acompañado de dos bottles de Gramona Imperial y unos orujitos para ayudar con la digestión.
Puesto que a la mañana siguiente la única etapa que había que cumplir era la de pasar el trámite del domingo, nos fuimos a tomar algo y comprobar que tal estaba la noche figuerenca. Lalo y yo hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos mientras Charles, fuera de mercado, se sentó con una pierna encima de la otra, gin tonic en la diestra y el índice de la mano zurda en el bigote limitándose a hacernos gestos de tipo “ataca” o ”esta no vale un duro”. Y en cuanto cerraron el garito nos fuimos por donde habíamos venido a comentar las mejores jugadas y ensobrarnos.

Ruta 24 CBTT Salins Basegoda: Figueres – Avinyonet - Figueres

Charles y Lalo se largaron a medio día y me quedé con un poco de penilla de que se hubiese pasado el puente a semejante velocidad. Nada mejor para remediarlo que una rutilla rápida por los caminos cercanos a Figueres. Sin mucha dificultad en poco más de tres horas se completan los 24 kilometros de la ruta que comienza y acaba en Avinyonet de Puigventós más los 4 que separan Figueres de Avinyonet. En total 30 kilómetros. Después más de 100 km. la bici se ha merecido una duchita y una engrasadita para que descanse durante toda la semana.