
El caso es que, mañana lunes tengo que hacer un par de gestiones por la capital y ayer me cogí un vuelo desde Girona que me dejó en Barajas a eso de la una y pico, donde me había ido a buscar mi madre. Poco rato después ya estábamos esperando mesa, por supuesto reservada, en el Asador Donostiarra, ambos con una caña en la mano.
Para aquellos que no conozcáis el Donostiarra, se trata de uno de los restaurantes más legendarios de la Villa de Madrid. Como el nombre indica, la comida que allí se sirve es fundamentalmente vasca: pimientos con ventresca, cogollos de tudela, quesos Idiazabal, pescados a la brasa, a la espalda o rebozados y por su puesto el txuletón y carnes rojas de primera.
El restaurante está decorado con algunos motivos vascos (típicas escenas de caserío o de deportes euskaldunes) pero sobre todo merece la pena revisar las miles de fotografias de los famosetes que han ido a comer al restaurante. La gran mayoría son futbolistas del Real Madrid, probablemente sea el restaurante preferido de los de Chamartín, junto con otros vascos como El Frontón o el Txistu. A un culé como yo, eso no le quita el hambre, por supuesto mi escala de valores antepone el jate al fútbol y no soy tan capullo de no querer entrar a este restaurante por que así lo hagán los merengones.
El restaurante está situado en el barrio de Chamartín, en la calle Infanta Mercedes, zona de alta densidad de restaurantes debido a lo cercano del distrito financiero de la ciudad, calles de nombres tales como , Orense, General Perón, la Castellana, Avenida del Brasil, Capitán Haya o las plazas de Azca y Cuzco se llenan a la hora de comer de miles de ejecutivos encorvatados con hambre que cargan en sus cuentas de gastos de empresa o en sus Visa Corporate las altas notas de los restaurantes de la zona; el Paparazzi, la Maquinista, Portobello, Txistu, La Dorada, los Camarotes de la Dorada, Gaztelu y seguiría salivando durante un buen rato ante lo que puede ser uno de los clusters de restaurantes más importantes de la península...
Volvamos al Donostiarra, da de si. El Donostiarra tiene tantos admiradores como detractores. Muchos aseguran que es inaceptable que en un restaurante de esa categoría y de esos precios (aproximadamente 100 euros por barba) salgas atufando a grasaza y carnaza asada.
El gran dilema es el siguiente: ¿debe permitirse que cada uno se haga la carne fileteada a su gusto en el mítico plato de barro caliente? Para los puristas esto es una aberración gastronómica puesto que el chuletón debe de asarse a la brasa y debe comerse en el plato y los humos se quedan en la cocina.
Para otros (entre los que, tanto mi madre como yo decidimos incluirnos) se crea una ambiente único de tabernilla donde se mezclan los humos de los puros, de esos que ya están con los orujos y pacharanes, con el olor a grasa y el jaleo de los cientos de comensales que comparten el comedor a la vez. Digamos que la gente que va a este restaurante da por sabido que va a salir con su Burberry, Hugo Boss, Armani o su Zegna directo a tintorería para un lavado en seco y por supuesto no aparecer por la oficina. Eso es lo que, al menos yo, recomendaría a un virgen en Asador.
Para cerrar esta breve entrada dedicada a otro de mis mitos, decir que mi madre y yo hemos compartido una pequeña mesa en la que a duras penas ha cabido una ensalada de ventresca con pimientos rojos y chalota, unos espárragos blancos y de segundo ella ha pedido un generoso plato de estupendas delicias de merluza rebozadas y yo un chuletón fileteado con su correspondiente plato de barro para hacérmelo a mi gusto. Todo acompañado de Marqués de Murrieta Ygay Reserva de 2001.
Para postre hemos tenido como compañeros a mi primo Charly y su novia Cristina. Unos hemos optado por tarta de queso y otros por el milhojas. Por supuesto sorbete de limón con cava para bajar y unos buenos pacharanes con tejas. ¿Que más se puede pedir? Una aspirina por favor.