lunes, 25 de febrero de 2008

G. F. Haendel



Tras un complicado día de idas y venidas por la ciudad Condal la velada en el teatro se preveía cansada e incomoda. Siempre que se llega al teatro sin haber descansado corre uno con el riesgo de quedarse dormido o dar incomodas cabezadas que acaban por ponerte en ridículo e impiden que disfrutes ni del sueño ni de la música.
Lo único que me consolaba era que la representación no iba a ser muy larga, según me había comentado mi padre, y que saldríamos pronto del teatro.
No sabía que me esperaba y hasta que he visto a mi madre en la puerta del teatro no tenía más información al respecto que lo que tocaba era un concierto de arias y piezas varias.
Mi madre me ha comentado que se representaba una selección de obras de George Frideric Haendel interpretadas por una orquesta de cámara y por dos cantantes: una soprano y un contratenor. Aún y estas explicaciones seguía sin ubicar a este compositor.
Como digo, el día había sido ajetreado, arriba y abajo, desayuno por aquí, comida por allá e incluso merienda a base de xocolata desfeta.
Con tantas comidas y ni tan siquiera cepillarme los dientes o cambiarme de ropa ¡qué rabia!
A mi lado se sentaba un desconocido al que mi padre había regalado la entrada que, como siempre, le sobraba. Parecía entender bastante de música por lo que he hablado con él sobre anteriores representaciones de esta temporada. Entre comentario y comentario puramente de protocolo he decidido leer el folleto: Haendel era un alemán que de joven se mudó a la capital inglesa durante el s. XVIII…
Así no quedaba más duda. Seguro que había escuchado a Haendel y Hayden, pero no sabía quien era quien. Pero daba la casualidad que este dato biográfico que aparecía en el folleto del Liceo me ha llevado a recordar uno de los libros que más me ha gustado de todos los que he leído en mi vida: “Momentos estelares de la humanidad: catorce miniaturas históricas”, de Stefan Zweig.
Si, a menos que mi memoria me falle (ahora mientras escribo estás líneas se que no me falló), tiene que ser el mismo personaje que compone El Mesías del que se habla en el libro.
Así que mecánicamente me he sentido mucho más confortado, mi subconsciente ha relacionado el libro con el preciso momento en el que la orquesta ha arrancado las primeras notas y me he sentido como hace unos tres años cuando llegaba de la oficina con el único objetivo de cerrarme en mi habitación de la caótica casa de Carrer de la Mercè y leer el libro de Zweig, junto con otros relatos como el descubrimiento del Océano Pacífico, la expedición del Capitán Scott al Polo Sur, la composición de la Marsellesa o la primera palabra a través del Atlántico..
La música de Haendel, para aquellos que no os hayáis iniciado en la música barroca inglesa, es la que se utiliza indiscriminadamente para retratar la típica escena de estudio de ilustres investigadores que pasan, entusiasmados, las hojas de cientos de libros y toman avidamente apuntes en las bibliotecas de universidades de prestigio como Yale u Oxford.
No obstante, una de las mejores películas en las que Haendel ha sido incluido en la banda sonora original es la inigualable y (probablemente) la mejor película que se ha hecho de época de la historia del cine: “Barry Lyndon” en la que su Sarabanda (acordaros de los duelos) es uno de los tres lay motive principales junto con el trío para Piano de Schubert, o las canciones populares irlandesas interpretadas por los irlandeses The Chieftains.
La BSO de la película de Kubrick es una elección muy acertada de la música que se podía escuchar durante el s. XVIII tanto en las cortes del norte de Europa como en las tabernas de Irlanda.

Haendel a pesar de ser un extranjero en Gran Bretaña se ganó, a base de duro trabajo, la estima tanto de parte del público noble y de la gentry como de las clases más populares de las Islas Británicas y gozaba de tanta popularidad cómo hoy pueda tenerla un director de cine consagrado en vida.
Por lo visto su padre le quería conducir hacía la abogacía, pero desde joven debió de dar síntomas de grandes aptitudes para la música y por suerte pudo dedicarse profesionalmente a la música y dejar a la humanidad algo más que la redacción de absurdas leyes, estúpidos decretos, aburridos redactados de titularidades de propiedad o herencias surrealistas.
Después de viajar a Italia, país en el que acabó su formación entre las bellas ciudades de Florencia, Roma, Nápoles, Venecia y residir allí durante cuatro años volvió a tierras germanas, en concreto a la ciudad de Hannover, donde daba clases a la alta aristocracia. Pero en uno de sus viajes al extranjero, en concreto Londres, para estrenar su opera Rinaldo decidió que esa ciudad era inmensamente mucho más apasionante que la ciudad de las chuletas de Sajonia.
Tras el éxito que supuso el estreno de su opera Rinaldo en Londres, decide quedarse a vivir allí y encargarse de la creación y dirección del Teatro Real de la Ópera: The Royal Academy of Music.
Como todo director de empresa que se precie sufrió los inconvenientes de la responsabilidad que conlleva dirigir un equipo compuesto de grandes estrellas del star system operístico de por aquel entonces con elevados sueldos que se comían y bebían los beneficios de la empresa. En 1728 suspendió pagos y tanto esfuerzo y presión hizo mella en su salud.
Stefan Zweig en su libro recoge este hecho fantásticamente. En uno de los momentos el criado de Haendel le comenta al médico:
“La culpa es de los muchos disgustos […] Le han torturado hasta la muerte, esos malditos cantantes y castrados, esos emborronadores de cuartillas y criticastros, todas esas sabandijas repugnantes. Este año ha escrito cuatro óperas para salvar el teatro, pero los otros se valen de las mujeres de la corte. Y sobre todo el italiano ése, ese maldito castrado, ese crispado mono vociferante, los trae a todos locos. ¡Ay qué no habrán hecho a nuestro maestro!”
Sin duda el castrado al cual se hace referencia es el gran Farinelli (del cual existe incluso una película “Farinelli, il castrato”, de Gerard Corbiau) que se vendía al mejor postor, la compañía rival La ópera de la Nobleza y abandonó a Haendel por un puñado de libras provenientes de la mano de un grupo de aristócratas anti-Haendel.
Harto de las presiones se mudó a la capital irlandesa donde compuso y estrenó El Mesías. Pero tanto su atracción por Londres como el amor y respeto que los ingleses le tenían a su persona permitieron su vuelta a la City of Westminster (en cuya abadía yacen sus restos) donde acabó su carrera como el sucesor y desbancando al que hasta ese momento había sido el compositor más importante de las islas británicas, Henry Purcell.
La Música para los Reales Fuegos Artificiales y las suites de Música Acuática con sus fanfarrias de trompetas, clarinetes y oboes son exponentes de la música barroca sólo igualados por J.Sebastian Bach, Antonio Vivaldi o G. Phillip Telemann.
En fin, tan bién me lo hizo pasar Mr. Haendel y tan rápido me hizo olvidar del cansancio acumulado que no me queda menos que dedicarle una humilde entrada en este blog normalmente dedicado a diversiones tan mundanas y humanas como el comer y el pedalear.


jueves, 14 de febrero de 2008

Le Relais de Venice - L' entrecote



¿Os ha pasado alguna vez que tenéis delante de las narices a alguien o algo a quien ignorais por completo y al cabo de un tiempo os sorprende, ya sea gratamente o negativamente?

Seguro que si.

A mi bastantes veces, con lugares y personas sobretodo, sin ir más lejos el pasado martes.

Tuve el gusto de comer en un restaurante por el que había estado pasando casi a diario desde el primer día que empecé a vivir en la Vía Augusta. Los días que no tenía excesiva prisa o iba bien de tiempo bajaba por la calle de Pau Claris, más lenta que Balmes pero sin llegar a ser la marabunta de Balmes.

Dado que mi ruta diaria hacia el Port Vell por aquel entonces consistía en bajar a toda pastilla por Pau Claris habría pasado por delante de este restaurante como unas quinientas veces. Siempre me había llamado la atención su letrero rojo con letras doradas en el que reza "Le Relais de Venise - L'Entrecôte" en la acera Besós entre las calles de Aragón y Valencia.

Pero nunca le presté mucha atención, existen muchos otros negocios, tiendas y restaurantes o colegios rodeados de coches aparcados en doble fila que que atraen más la atención. Sobre todo era divertido bajar a toda pastilla con la bici adelantando y esquivando los coches a base de golpes de cintura y pasar a toda velocidad mostrando el dedo anular bien estirado a los papis que aparcaban en el carril izquierdo de la calle esperando a que los profesores de los colegios de la calle Caspe y Aragón abriesen sus puertas para que sus niñatos entrasen en clase.

A lo que voy, que me había fijado en ese restaurante, incluso un compañero de master, Rogelio, que trabaja cerca me lo recomendó y me aseguró que pasaría a formar parte de mis favoritos sin lugar a dudas.

Casi un año después de haber acabado el master y ocho meses después de haber devuelto las llaves del piso de Vía Augusta, el destino me llevó de improvisto a ese restaurante. En realidad ibamos a ir a otro lugar, que también tenía muy buena pinta "Xarcutería Valentín", en Diputación con Roger de Lluria, pero estaba a tope.

Así que entramos en "L'Entrecôte" y rápidamente nos sentaron en una mesa con manteles de papel grueso en el que las camareras (todas chicas y vestidas de negro con delantal blanco) anotaron el pedido. El menú es muy simple: un plato de lechuga con avellanas aliñada con una salsa vinagreta de mostaza de Dijon y de segundo no queda más remedio que pedir Entrecôte con patatas (que putada!!), eliges cómo te gusta la carne, y al cabo de un rato te sirven tu entrecôte muy finamente fileteado, pero guardando su forma original con una salsa muy buena que según dicen es secreto total.

El caso es que cuando te acabas la ración tienes la sensación de haber comido bien sin llenarte y justo cuando estás pensando eso te traen otra ración de entrecôte. Así que te sirven el entrecôte en dos tandas, siempre con patas fritas muy ricas, de esas que primero las cuecen y cuando ya están bien cocidas les dan una buena fritada a fuego vivo para que queden crujientes por fuera y sabrosas por dentro.

La salsa, insisto, es deliciosa, me recuerda a la de tía Marisi cuando hace su lomo a la sal, pero no es la misma, creo que tanto a ella como a mi tío Víctor y a cualquier friqui de la cocina le entusiasmaría desvelar la receta "secreta" que con tanto celo guardan los fundadores del restaurante que tiene sus origenes en París a finales de los 60. Más tarde se abrió el de Barcelona y otro en la ciudad de Londres.

Para acabar te traen una pequeña carta con varios postres. Todos con una pinta excelente. Al final se impusieron los cafés, otro día, con más tiempo no perdonaré, lo prometo.

Para acabar, la decoración es bastante original, todos los murales son escenas carnavalescas de Venecia. El precio es correcto, 25€ por barba.

Si alguien sabe con qué ingredientes se prepara la salsa que lo comparta con el resto de la humanidad.

lunes, 11 de febrero de 2008

Castell - Elektra - Collserola

Electra y su hermano Oreste
Este fin de semana ha sido bastante intenso. El viernes, después de un largo día de reuniones de trabajo, tuve clase de francés y justo después de eso fui a buscar a Itzi a la estación de trenes de Figueres. Llegaba para pasar la noche en casa y a la mañana siguiente esperar a su amiga del alma Nadia que volvía desde París.
Aprovechamos la noche para ponernos al día un poco de todo y contarnos nuestras vidas en el que ya empieza a ser un mítico dentro de los lugares a visitar en Figueres: el Asador Castell. Ya os había contado que lo descubrí por sorpresa a principios de diciembre con mis padres. Cuando lo descubrimos, también era víspera de festivo y salía de clases de francés y mis padres me dejaron un mensaje en el móvil diciendo que estaban allí tomando un vino.
Cuando entré mi madre, estaba hablando con una pareja vasco-francesa, la chica era de Donosti y el chico era de cerca de Toulouse.
Quizás todas estas coincidencias (Itzi es más o tan vasca como el Athletic Club, ejem!!), y el no haber comido más que un mísero Donut en todo el día, influyeron en que asociase la noche a comer cochinillo. Aunque he de reconocer que estuve tentado de llevarla al Hotel Ampurdan a comer en plan delicatessen, pero eso lo dejaremos para otra ocasión que venga su novio o alguien más con quien compartir tan hermosa ocasión.
Así que después de unas cañas Itzi y yo estábamos sentados en el Castell pidiendo cochinillo para dos y unas anchoas para abrir boca.
El cochinillo no defraudó, excelente. Ahora bien, he descubierto que el cochinillo hay que comérselo recién salido del horno, quemando, de lo contrario pierde las propiedades.
Lo digo por experiencia, por que uno ya se ha comido muchos cochinillos en varios lugares de la península y eso al final tiene su recompensa. Ahora lo entenderéis mejor.
El fin de semana pasado, estuve en Logroño, celebrando el cumpleaños de mi abuela, a pesar de faltar bocas tan importantes como las de mis primos Carlos y Manuel, la de mi hermano Javi, mi tío Víctor decidió hacer un par de cochinillos en el super horno de su restaurante Kabanova. Osea que había cochinillo como por doquier. Yo fui testigo de cómo los preparó y os puedo asegurar que los cochinillos recién salidos del horno tenían una pinta soberbia, no obstante hubo que trocearlos y meterlos dentro de un recipiente cubierto con papel de aluminio, llevarlo a casa de la abuela, esperar a que llegase toda la familia, comer la super ensalada que hizo Iquico, y claro: el cochinillo estaba de morirse, y prueba de ello es que no sobraron más que unas costillitas, pero de todas maneras seguro que nos hubiésemos chupado más los dedos si nos lo hubiésemos comido en Kabanova. Por que mientras Víctor estaba troceando las piezas, yo vi cómo la piel tostada se partía como si fuese cristal y oía el ¡¡¡crec, crec!!! de la piel bajo la espátula, síntoma que el asado de la pieza ha sido perfecto.
Digo todo esto por que a pesar que Itzi tiene buen apetito, me tuve que comer gran parte de la ración del viernes pasado casi solo y ya los últimos trozos habían perdido su jugosidad inicial. Otra de las deducciones que he podido concluir, es que es mejor comer cochinillo que cenarlo, en grandes cantidades claro, si es comer la orejita y una costillitas no creo que pase nada.
Vuelvo a insistir, que mientras la pieza sea buen espécimen, el horno reúna las condiciones técnicas necesarias y el cocinero le ponga amor creo que el éxito está asegurado.
Al día siguiente me desperté por mi propio pié un poco fatigado de la semana y de la digestión pesada, no hay nada pero que levantarse todavía con la cena entre pecho y espalda. A pesar de eso reuní las fuerzas para levantarme, ir a trabajar un poco y a las 12 ya estaba de vuelta en casa listo para dar una vuelta por Figueres con Itzi y tomarnos una cañita al sol de febrero. Nadia nos confirmó desde la autopista que no iba a parar en Figueres, que estaba preocupada por el funcionamiento de su coche (un Panda del año de la polca) y que tiraba directamente a Barcelona.
Ya me había hecho el esquema de hacer tortilla de patatas para tres y la ausencia de Nadia no impidió que acabase haciendo en tiempo record una supertortilla de las buenas buenas con una ensalada preparada por Itzi, que le faltaba un poco de escurrir y de sal, pero esto si que acabó.
Después nos fuimos pitando hacia Barna, yo había quedado con mis padres para ir a ver Elektra, de Richard Straus en el Liceu y aproveché para llevarme la bici de montaña para salir al día siguiente con Carlos Muniesa.
La ópera supongo que se podrá catalogar como family-gore operístico, mucha sangre, parricidios varios, sed de venganza, padres que matan a hijas, hijos que matan a madres etc. Todo ambientado en las catacumbas de un gran palacio en algún año entre la década de los 30 y de los 50. La verdad es que me gustaría emocionarme tanto con esta ópera, por que lo merece, como con el cochinillo, pero no puedo. Supongo que cuando haya visto tantas óperas como kilos de cochinillo han pasado por mis fauces podré emitir valoraciones más emocionadas.
Al día siguiente, tocaba pique-test con la bici entre Carlos y yo. 50 kilometrazos alrededor de Collserola y su omnipresente torre de telecomunicaciones. Sube y baja trepidante, Carlos está en muy buena forma y yo todavía no estoy al 100%, pero no me preocupa, mi objetivo es abril con la cursa dels Bombers.

Era espectacular el número de ciclistas que había por los cientos de senderos que se esconden bajo los robles y pinos de Collserola, y no cuento con los bici-paseantes de la popular Carretera de les Aigües, me refiero a los aficionados a la BTT que se visten con el traje de luces y madrugan para subir hasta lo más alto en tiempo record ya sea con su bici de Decathlon o con una Audi, el caso es dejarse los riñones, sigo viendo a pocas chicas que se lancen, aunque poco a poco parece que se van animando.
Después de una merecida cervecita al sol en el Mirablau nos lanzamos por la Av. Del Tibidabo y nos despedimos hasta dentro de un par de semanas.
Una ducha reparadora y paso a buscar a mis padres para ir a comer al sol en la terraza de Can Costa en el Puerto de Mataró, anchoas, calamarcitos a la plancha, mejillones al vapor, paella de marisco y lubina,
Para hacer la digestión mi madre y yo nos vamos al cine con el objetivo de ver la última de los Cohen, pero sólo quedan las dos primeras filas. Así que entramos a ver Juno, un entrañable y divertido film sobre una adolescente que se queda embarazada a los 16 años y decide no abortar y dar la criatura en adopción a LA pareja perfecta.
Después de cargar la bici otra vez en el coche y despedirme de mis padres hasta la próxima, vuelvo a Figueres escuchando uno de mis programas favoritos de la Radio: Islas de Robinson, a aquellos que les guste el buen rock, os lo recomiendo, todos los sábados y domingos de 20:00 a 22:00.
Un abrazo a todos los que habéis compartido este fin de semana (y otros) conmigo.

martes, 5 de febrero de 2008

À bout de souffle


Hacía bastante tiempo que no escribía y creo que ya era hora de comunicarme por este canal al que ya le estaban empezando a salir telarañas.
El motivo que me trae hoy es el cine.
Algunos de vosotros sabréis que estoy aprendiendo francés en la escuela oficial de idiomas de Figueres. Pues bien, nada mejor para aprender la lengua francesa que una película de vez en cuando en versión original subtitulada. Ayer no fue la primera película que hemos visto, y sin desmerecer a las otras ("Blanco" de C. Kieslowsky y "El gusto de los otros" de A. Jaoui), esta si que merece especial atención.
La película que vimos era “À bout de soufflé” (Sin aliento) de Jean Luc Godard, rodada en 1959 e interpretada por Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg.
La película trata la aventura de Michel, un delincuente de poca monta que roba un coche en Marsella y decide ir a París en busca de una deuda, para seguidamente huir a Italia. En su ida a París, es perseguido por la policía y en un acto de pánico mata a uno de los patrulleros. A partir de ese momento la película refleja la vida de este delincuente de manera bastante original y alejada del punto de vista de thriller clásico, ya que a parte de describir la huída permanente de la policía y la desesperada búsqueda de su dinero, la película tiene múltiples desvíos o salidas de la persecución policial.
Estos desvíos o paréntesis están protagonizados por Patricia, la chica de la quien Michel está enamorado, una neoyorquina estudiante en la Sorbona de París y, a su vez, becaria del Herald Tribune que trata de abrirse paso dentro del mundo del periodismo desde la mismísima base de la industria. La chica comienza vendiendo periódicos por la calle pero le dan la oportunidad de ser la corresponsal de una rueda de prensa en el aeropuerto de Orly a un tal Parvulescu.
Michel, mientras trata una y otra vez contactar con su deudor, un tal Antonio Berutti (italiano y paparazzi, como no), infructuosamente. Además no para de fumar un cigarrillo tras otro, robar coches a escondidas para seducir y llevar a Patricia allí donde ella quiera y de comprar la última edición del periódico para seguir el transcurso de su persecución, primero su acto sólo ocupará una breve reseña en la primera página del periódico, y al final su foto acabará ocupando la primera página de la octava edición del France-Soir. Como anécdota, la figura y los gestos de Belmondo en esta película son los que inspiraron a los creativos de Martini para crear la figura de “chico Martini”, gafas de sol y dedo pulgar repasándose los labios.
Lo que más sorprende de la película son las múltiples huidas de la trama argumental principal que es la persecución del delincuente. Algo que quizás le haga perder ritmo, pero que aporta humor y distensión.
Desde luego la película hay que observarla dentro de su contexto histórico. Jean-Luc Godard perteneció a la Nouvelle Vague, junto con Rohmer o Truffaut, movimiento que en vez de estar basado en la técnica o surgido de la academia se basaba en horas y horas de filmoteca y crítica (casi todos ellos fueron los primeros redactores de la mítica Cahiers du Cinema) a las producciones más convencionales o comerciales de la época, tanto de la industria francesa como de la americana. La Nouvelle Vague aportó nuevas técnicas, como rodar con ligeras cámaras de 8 o 16 mm que hoy en día se ha convertido en asignatura imprescindible en cualquier academia de cine. Toda innovación o huida de convencionalismos acaba por imponerse.