lunes, 10 de diciembre de 2007

Puente gastronómico

Yo, convertido en reportero culinario

Este miércoles pasado llegaron mis padres a Figueres para pasar el largo puente conmigo. El viernes tuve que trabajar pero eso no ha impedido que descanse a lo grande durante estos días y haya desconectado un poco de la vorágine del trabajo.
En cuanto llegaron mis padres no me quedó más remedio que abandonarles en mi casa puesto que yo tenía que ir a clase de francés.
Después de la clase encuentro a mis padres en la barra de un restaurante tomándose un vino, ya eran las nueve y pico de la noche, así que nos quedamos cenando en ese mismo restaurante, Castell, decorado en plan castellano rústico con manteles de cuadrados rojos y blancos, platos de barro y especialidad en cochinillo y cabrito al horno.
Pedimos unos entrantes: anchoas, boquerones en vinagre y ceps a la plancha, buenísimos. Luego de segundo compartimos una mitad de cochinillo, delicioso, en su punto, la piel crujiente, la grasita desecha y la carne se deshacía con la saliva. Tanto mi padre como yo concluimos que es el mejor cochinillo al horno que hemos comido jamás. Probablemente el aspecto relativo a las expectativas (no demasiado altas) que teníamos del lugar jugaron a favor del restaurante. Sin lugar a dudas, a partir de ahora, se que no tengo que ir a Segovia, ni tan siquiera entrar en zona castellana para comer un buen cochinillo. Por cierto, el restaurante está recomendado por la Guía Michelín.
Al día siguiente teníamos cita en el Hotel Empordà. Previamente habíamos hecho una pequeña excursión hasta el Cap de Creus, donde soplaba el viento de lo lindo, pero por suerte el sol se asomaba con fuerza y se estaba muy a gusto mirando el mar en dirección Sur, hacía l’Estartit.
La puerta de l’Empordà esta flanqueada en su lado derecho por un gran mural atiborrado de placas de clubs gastronómicos y de automóvil recomendando y galardonando el lugar. El Hotel tiene una larga historia que otro día comentaré. Una vez dentro del recibidor del Hotel Empordà te embriaga un aroma de hojaldre recién cocinado al horno.
Bueno, lo que comemos es lo siguiente: aperitivo de crema de lentejas y unos rovellons, Trompetas de la muerte con huevo poché al vino blanco, nabos de Capmany gratinados al queso azul, risoto con butifarra y ceps. Luego, de segundo, mi padre pide un bacalao con muselina de la casa y mi madre y yo pedimos un arroz con bacalao y tordos que estaba de muerte, todo con cava. De postres, mi padre pide quesos variados del fantástico carrito de los quesos y mi madre y yo compartimos dulces, Tatín, milhojas con crema de almendras y merengue.
Después de la siesta y una vuelta por la ciudad, por la noche sólo nos queda hueco para una cerveza y una butifarra.
A la mañana siguiente hace un día gris y tengo que trabajar. Me surge un imprevisto en Roses. Tengo que ir a la oficina del Registro de la Propiedad a solicitar una documentación y me viene a la memoria que cerca de esa oficina se encuentra Cal Campaner, un restaurante del que sólo he oído maravillas desde que estoy por aquí. Así que quedo con mis padres para que me vengan a recoger a la oficina y de allí vamos directamente a Cal Campaner, donde he tenido que reservar previamente.
La entrada a Cal Campaner es como el de cualquier otro bar-restaurante de la zona. Tiene unas quince mesas cubiertas con manteles de papel y los muros decorados con los equipos del Dream Team del Barça y con fotos de escenas de pescadores de principios de siglo pasado. Lo único que se puede comer es pescado o frutos de mar. Nosotros encargamos anchoas, boquerones, calamares en su tinta, carpaccio de gambas (exquisito) y un rape para compartir, en rodajas, a la plancha y servido en ensaladera para ser comido en plan cucharada y paso a tras. El pan con tomate es auténtico, con pan de barra, que se echa de menos, puesto que últimamente, en muchos restaurantes, sólo se sirve en grandes rebanadas de pan de payés.

De postre pedimos un combinado de pequeños postres entre los que hay: tarta de queso, tiramisú, semifredo de turrón, mouse de chocolate, crema catalana y tarta de yogurt.
Sólo al cabo de un buen rato me daré cuenta que he untado demasiado aceite en pan y que eso me ha perjudicado el estómago un poco.
Pero por la noche, después de una reparadora media pinta en un pub de Figueres, tenemos cita de nuevo en Hotel Empordà.
La cena empieza de nuevo con la crema de lentejas que está riquísima, mi padre opta por carrito de verdes y le hacen una ensalada a base de todo tipo de hojas de lechuga. Mi madre pide una ensalada de granada. Colores muy verdes y muy bonitos combinados con el rubí de la grana, pero yo no me puedo resistir a despreciar los canelones gratinados con bechamel.
Después mi padre pide costillas de ciervo asadas, mi madre brochetas de riñoncitos y criadillas de lechal y yo careta con foi-gras.
De postres mi padre y yo nos decidimos por los quesos. A destacar un brie con trufa negra, el Saint Marcellin y el Reblochón. MI madre opta por los dulces entre los que destaca la tarta Tatín y la panacotta de Marie Brizard con menta.
Nos damos un paseo hasta casa por la ciudad que a las once y media ya está desierta y en la que empieza a soplar un poco de Tramontana.
Al día siguiente mis padres ya ponen rumbo a Madrid. Pero antes tienen que pasar por casa de los Guilemany. Decido acompañarlos para visitarlos y de paso comer, por que Maria Rosa cocina de coña. Ella, a pesar de no esperarme, ha preparado canelones a punta pala. Nada que envidiar a los canelones del Hotel Empordà. A decir verdad, son superiores, tanto en calidad como en cantidad, mezcla de carne picada de ave, potro, foigras… De segundo ha preparado aros de calamares encebollados y a parte callos con jamón y chorizo. Como dos platos de ambas cosas y después de una coca rellena de crema y un café, ruedo hasta el sofá.
Después de haber intentado dormir la siesta, mis padres me acompañan hasta Barcelona, ellos tienen que ir hasta el aeropuerto desde donde parten hacía Madrid y yo me apeo en la Vila Olímpica donde quedo con mi amigo Simón para beber un par de cervezas y hacer tiempo hasta la hora de cenar, tenemos cita en casa de Itzi, que ha decidido hacer la fiesta de la tortilla de patata. Caen dos de las tres que ha hecho. Yo a estas alturas de la semana no estoy para más trotes.
Al día siguiente antes de volver a Figueres en tren visito con Itzi, Ana y Nader el salón del Auto Retro. Después visitamos el Frankfurt Vallés de Gracia en el que cae una cervela, blanca, krakos y malagueña.
Así que brutal el fin de semana. Oyes.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Darnius - Maçanet de Cabrenys


Hacía bastante tiempo que no montaba en bici. Me desperté hacia las diez de la mañana de ayer domingo 2 de diciembre. Después de desayunar café y tostadas con tranquilidad. Me vestí con un poco de pereza con la ropa de bici, más pereza me daba limpiar y engrasar la maquina, pero por suerte tenía la bicicleta bien limpia y engrasada en el trastero de la última vez que la utilicé.

En un momento monté el porta bicicletas en la parte posterior del coche y me dirigí hacia Darnius, la zona norte del Pantano de Bassegoda, que está llegando a niveles críticos por el bajo nivel de las aguas, hacía un día soleado y no muy frío para la época del año.

Una vez montado en el coche me dirigí hacia el pantano y a las once y escasos minutos ya empecé pedaleando bordeando el pantano en dirección a su nacimiento por una carretera asfaltada muy estrecha con muchas subidas y bajadas.

Allí donde comienza el pantano, alimentado por la Muga, se encuentra un caserón llamado La Central, que es un hotel con muy buena pinta. Una vez dejas a tus espaldas el hotel, se acaba el camino de asfalto y comienza una pista de tierra que en su inicio está un poco erosionada por las ruedas de los quads y motos de trial. Al cabo de quinientos metros, la pista se hace un poco más transitable. Pero en general podría ser más cómodo circular por estas pistas. Es una lástima que no se limite el paso a todos estos vehículos que deterioran tanto los caminos. Ya me parece bastante la erosión que puede hacer una bicicleta, pero lo que se va a conseguir con tanta circulación de vehículos pesados es que sólo sean transitables por ellos.

Una vez acaba la subida hay que cruzar un campo en el que se empiezan a ver los Pirineos a tu alcance (la etapa de Llançà a Maçanet de Cabrenys es la primera de muchas en la ruta transpirenaica, que algún día me gustaría hacer) y piensas que en vez de volver al coche te gustaría coronar ese pico que se encuentra delante de tus narices pero que te llevaría un par de horas y hoy no estoy para esos trotes ni son horas. Así que cruzo el campo y sigo pedaleando diez minutos hasta que llego a Maçanet. Una vez allí doy una vuelta por el pueblo y vuelvo por la misma pista hasta el coche. No sin antes hacerme una foto que demuestre mi paseo (y lo vacío que está, allí donde estoy retratado debería de haber agua o barro, sin embargo, parece una playa). Al final son unos 27 kilómetros en un par de horas. Lo que me permite volver a casa a una hora razonable para comprar periódico y comida preparada (canelones y bacalao a la llauna).

La tarde es relajada, siesta, colgar un cuadro en la pared, pasar la escoba, leer, ver el resumen de la jornada, cena... en cuanto me doy cuenta ya ha tocado la una de la noche, que rápido ha pasado el domingo.

domingo, 25 de noviembre de 2007

El Asador Donostiarra

Este post lo escribo desde el ordenador de mi hermano en Madrid. Puedo utilizar este ordenador por que él está lejos de aquí, si no fuese así, seguramente no podría explayarme durante mucho tiempo.

El caso es que, mañana lunes tengo que hacer un par de gestiones por la capital y ayer me cogí un vuelo desde Girona que me dejó en Barajas a eso de la una y pico, donde me había ido a buscar mi madre. Poco rato después ya estábamos esperando mesa, por supuesto reservada, en el Asador Donostiarra, ambos con una caña en la mano.

Para aquellos que no conozcáis el Donostiarra, se trata de uno de los restaurantes más legendarios de la Villa de Madrid. Como el nombre indica, la comida que allí se sirve es fundamentalmente vasca: pimientos con ventresca, cogollos de tudela, quesos Idiazabal, pescados a la brasa, a la espalda o rebozados y por su puesto el txuletón y carnes rojas de primera.

El restaurante está decorado con algunos motivos vascos (típicas escenas de caserío o de deportes euskaldunes) pero sobre todo merece la pena revisar las miles de fotografias de los famosetes que han ido a comer al restaurante. La gran mayoría son futbolistas del Real Madrid, probablemente sea el restaurante preferido de los de Chamartín, junto con otros vascos como El Frontón o el Txistu. A un culé como yo, eso no le quita el hambre, por supuesto mi escala de valores antepone el jate al fútbol y no soy tan capullo de no querer entrar a este restaurante por que así lo hagán los merengones.

El restaurante está situado en el barrio de Chamartín, en la calle Infanta Mercedes, zona de alta densidad de restaurantes debido a lo cercano del distrito financiero de la ciudad, calles de nombres tales como , Orense, General Perón, la Castellana, Avenida del Brasil, Capitán Haya o las plazas de Azca y Cuzco se llenan a la hora de comer de miles de ejecutivos encorvatados con hambre que cargan en sus cuentas de gastos de empresa o en sus Visa Corporate las altas notas de los restaurantes de la zona; el Paparazzi, la Maquinista, Portobello, Txistu, La Dorada, los Camarotes de la Dorada, Gaztelu y seguiría salivando durante un buen rato ante lo que puede ser uno de los clusters de restaurantes más importantes de la península...

Volvamos al Donostiarra, da de si. El Donostiarra tiene tantos admiradores como detractores. Muchos aseguran que es inaceptable que en un restaurante de esa categoría y de esos precios (aproximadamente 100 euros por barba) salgas atufando a grasaza y carnaza asada.

El gran dilema es el siguiente: ¿debe permitirse que cada uno se haga la carne fileteada a su gusto en el mítico plato de barro caliente? Para los puristas esto es una aberración gastronómica puesto que el chuletón debe de asarse a la brasa y debe comerse en el plato y los humos se quedan en la cocina.

Para otros (entre los que, tanto mi madre como yo decidimos incluirnos) se crea una ambiente único de tabernilla donde se mezclan los humos de los puros, de esos que ya están con los orujos y pacharanes, con el olor a grasa y el jaleo de los cientos de comensales que comparten el comedor a la vez. Digamos que la gente que va a este restaurante da por sabido que va a salir con su Burberry, Hugo Boss, Armani o su Zegna directo a tintorería para un lavado en seco y por supuesto no aparecer por la oficina. Eso es lo que, al menos yo, recomendaría a un virgen en Asador.

Para cerrar esta breve entrada dedicada a otro de mis mitos, decir que mi madre y yo hemos compartido una pequeña mesa en la que a duras penas ha cabido una ensalada de ventresca con pimientos rojos y chalota, unos espárragos blancos y de segundo ella ha pedido un generoso plato de estupendas delicias de merluza rebozadas y yo un chuletón fileteado con su correspondiente plato de barro para hacérmelo a mi gusto. Todo acompañado de Marqués de Murrieta Ygay Reserva de 2001.

Para postre hemos tenido como compañeros a mi primo Charly y su novia Cristina. Unos hemos optado por tarta de queso y otros por el milhojas. Por supuesto sorbete de limón con cava para bajar y unos buenos pacharanes con tejas. ¿Que más se puede pedir? Una aspirina por favor.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Deberes pendientes


La verdad es que no he escrito durante unos cuantos días por que he estado bastante ocupado y cuando llego a casa no me quedan fuerzas para seguir delante del ordenador, las pocas que me quedan las invierto en cocinar para la cena e ir a clases de francés.

El caso es que el trabajo va bastante bien, siempre con sus altibajos, un día parece que todo va bien y al día siguiente te crees que nada ha avanzado. Ya llevo aquí cinco meses y va para largo. Eso creo.

La vida por aquí es bastante más relajada que en Barcelona o Madrid. A pesar que cojo el coche a diario (en estos cinco meses le he hecho unos 20.000 kilómetros), la sensación de ir al volante no es la misma que ir al volante en medio de un atasco en la ronda litoral de Barcelona. Atasco que me tuve que comer volviendo del Salón Náutico de Barcelona de 2007, cruzar la ronda desde Montjuich hasta el nudo de la Trinitat me costo más de una hora.

A parte he pasado un fin de semana en el Pantano de Sau y en el Montseny. El sábado por la mañana estrenamos la bici nueva de Carlos. Echó de menos su antigua Giant y sobretodo maldijo bastante sus nuevos pedales automáticos, pero ya se acostumbrará. Hicimos una ruta de 45 km que no está nada mal, a mitad de camino nos paramos en el Parador Nacional del Pantano de Sau donde nos zampamos un bocadillo de lomo con queso memorable, de aquellos que te entran ganas de quedarte de siesta en una de las habitaciones del parador. Pero por desgracia tuvimios que continuar andando hasta Folgueroles.

Más tarde quedé con Itzi en Arbucies, la tía me dijo que tardaría poco en recogerme pero me hizo esperar casi dos horas. El sitio donde iba esta perdido en medio de la nada, donde sólo había árboles y caminos de tierra. El caso es que allí estuve visitando a Itzi, que hacía un montón que no la veía. Ella está saliendo con un chico, Nader, que tiene alquilada parte de una antigua masía. Por la noche del sábado cenamos sardinas y gambones a la brasa que estaban super buenas. A la mañana siguiente, para demostrar mi afecto a la pareja me desperté pronto y llegué hasta Arbucies en bici con el objetivo de subirles antes del desayuno, unos pasteles y la prensa dominical. Aproximadamente son unos 13 o 14 km de tramo mayoritariamente en bajada, una vez en Arbucies, me di un paseo, pero no muy largo, para recordar cuando venía de pequeño con mis padres. No reconocí nada, aunque es un sitio muy agradable.

Para subir le tuve que meter caña, pero llegué justo cuando ellos estaban preparando los cafés y las tostadas. Hizo muy buena mañana y me quedé leyendo el semanal y el periódico casi letra por letra de cabo a rabo mientras oía a Itzi y Nader cortar la leña (la afición favorita de Nader) como si se avecinase un temporal de nieve y frío post guerra nuclear. Cada loco con su tema.

Luego yo me puse a hacer unas brasas para hacer una ensalada de pimientos, cebolla y patatas asadas que estaba de coña y no sobró nada.

Y luego llega la semana laboral que es bastante movidita, bajar a Barcelona, arriba, abajo, reuniones, etc. Como dato anecdotico hoy he cogido la zodiac y he salido a dar una vuelta por los canales de Sta. Margarita, que es otra marina que está a una milla de Empuriabrava. Las fotos son de esta mañana. Que ya estaba un poco harto de tanto monte, que se note que trabajo en la costa!


martes, 6 de noviembre de 2007

Hace mil domingos...

Carlos orgulloso de su rendimiento, yo al fondo destrozado
Hace mucho tiempo me encontraba en casa de mi abuela en Barcelona en una de las escasas ocasiones en que mis primos de Madrid, mis abuelos, mis padres, mis tíos y mi hermano coincidíamos en el piso de la calle de Provenza, al lado de la inacabada Sagrada Familia. Era un domingo de boquerones, de paella y si te quedabas con hambre siempre había entrecotes en la nevera para saciar el hambre de los más exigentes.
Pero en aquella ocasión la paella no la cocinaba mi abuela, como era habitual, sino que la cocinaba mi padre. Uno de mis primos, Charly, parecía no estar muy contento con el cambio de cocinero habitual. Mi padre intentaba consolar a mi primo desde la cocina exclamando orgullosamente: “Mi paella es mucho mejor que la de la Lili” (así llamábamos todos a mi abuela paterna) a lo que mi primo decía con escepticismo y pragmatismo aplastante: “Eso es imposible, la Lili ha hecho muchas más paellas que tu y te ha enseñado a hacer la paella, por lo tanto ella sabe más y a ella le sale mejor ¿Verdad Lili?”, parecía imposible convencer a mi primo de que mi padre hacia la paella mejor que nuestra abuela, pero nuestra abuela respondió algo que apredí ese día y que, hasta entonces, creía que no era posible: “A veces el alumno supera al maestro”.
Muchos domingos después, probablemente mil, Carlos Muniesa, recientemente adicto a la bicicleta, ha venido a visitarme a Figueres. El objetivo de la visita es salir en bicicleta por las montañas que rodean la zona.
La ruta que elijo es la misma que la que hice hace un mes y pico empezando desde Albanyà y que me costó dos pinchazos.
Esta vez afronto la ruta con más alimento (bocadillos, fruta, chocolate), más agua, más cámaras de recambio para las ruedas y sobretodo, en compañía de un colega.
Ya en la primera subida Carlos me demuestra que tiene un buen arranque, se sitúa siempre delante durante el primer tramo de subida. A los 18 km empieza otra fuerte subida hasta el primer punto de descanso. Otra vez, Carlos, vuelve a colocarse delante y simplemente no puedo seguir su ritmo. Sólo a pocos metros del final de la subida puedo bajar unos cuantos piñones y colocarme de pie para llegar una rueda por detrás de la bicicleta de de Carlos.
Después un pequeño bocadillo y unas chocolatinas, montamos otra vez en las bicis y bajamos menos de lo que recordaba para empezar a subir la ascensión más dura de la etapa. Aproximadamente 8 kilómetros sin parar y siguiendo la estela de Muniesa que va sobrado. Yo le sigo a duras penas, pero no voy cómodo. Esta subida debería de bastar con el plato pequeño y el gran piñón. Pero estaría agradecido en poder subir más piñones.
La bicicleta de Carlos es bastante antigua, por tanto lleva unos desarrollos diferentes a los míos. Sus desarrollos requieren más potencia, menos vueltas pero necesitas hacer más fuerza, a pesar de eso tira fácilmente.
Vuelvo a preguntarme que hago allí y cuando se acabará la subida. Para colmo nos encontramos con un capullo que baja ocupando casi toda la pista con su Mercedes cuadrado como una caja de zapatos y tenemos que parar para que el señorcito pase, vaya huevos, con esta pendiente es difícil volver a retomar la marcha.
Al cabo de demasiado rato llegamos a la segundo punto de descanso. Ya llevamos treinta y pico kilómetros.
Comemos otro poco más. Me doy cuenta que mi rueda delantera está levemente frenada por que no está bien centrada. No se cuanto tiempo llevo así pero me temo que hace bastante tiempo, incluso salidas, por que no recuerdo la última vez que desmonté la rueda delantera.
El cansancio ya no me lo quita nadie. Ya solo nos queda llegar a la cota de 1100 metros y una larga bajada de 15 kilómetros. En la bajada Carlos se queda atrás. La bici vieja tiene un inconveniente claro y objetivo, al margen de gustos por las relaciones de cambios: le falta horquilla delantera, y la bajada está plagada de piedras e incómodos baches, las manos y los brazos sufren.
He de reconocer, que esta vez, en la subida Carlos me ha superado con creces. Es complicado reconocerlo, pero “a veces el alumno supera al maestro”.

Siempre me quedará el consuelo de la bajada

sábado, 3 de noviembre de 2007

L'Hospitalet Ax-Les.Termes

Cada maestrillo tiene su librillo


No os penséis que este Hospitalet hace referencia a l'Hospitalet de Llobregat (2ª ciudad más grande de Cataluña), no, hago referencia a un pueblo francés fronterizo, cercano a Puigcerdà.
He quedado en Puigcerdà con Josep y Marta a las 11 de la mañana del 1 de noviembre. Yo he llegado tarde y ellos también. Pensaba que Puigcerdà estaba más a mano desde Figueres pero el tramo de Ribes de Freser hasta Puigcerdà, plagado de curvas no lo evitas. Además he estado a punto de quedarme sin gasofa.
La idea viene de Josep que se ha comprado una guia especial para bici de montaña y quiere estrenarla aprovechando el puente de Todos los Santos. Yo sólo puedo acompañarles hoy por que el viernes y el sábado curro como un campeón.
Una vez pasado el túnel de Puymorens, ya en Francia, dejamos los coches en la estación de tren de Hospitalet y comenzamos la andadura. Y digo andadura expresamente por que los tres primeros kilómetros (o más, no lo se exacto por que se me ha acabado la pila del contador) los hacemos arrastrando la bici entre barro, cagadas de vaca y piedras.

Llegamos a una pista que nos conduce, paralelamente a la carretera y las vías del tren al pueblo de Mérens-les-Vals. Allí descansamos un poco y preguntamos a la gente por el estado de las pistas hasta Ax-les-Termes, todos aquellos que nos responden ponen cara de "no sabéis donde os habéis metido" pero nos indican amablemente. Desde Mérens sale una pista que es de fácil tránsito hasta unos pocos kilómetros. A partir de quinto, más o menos, no queda más remedio que subir con la bicicleta a cuestas. Ya se está haciendo tarde y me entra el cague. Si queremos llegar antes que caiga la noche nos tenemos que poner las pilas, y el ritmo que llevamos me preocupa. Empiezo a trepar con mi bici y subo y bajo varias veces para ayudar a Marta con su bici. Al final llegamos a una pista que tampoco es muy transitable por la gran cantidad de nieve y hojas que hay.
Mientras empujo me voy acordando de unas palabras que me dijo mi tío Víctor, esta última Navidad, cuando nos encontramos en una situación similar de nieve: "Estás como una cabra!!". Tenemos que seguir empujando las bicicletas hasta que llegamos a un cruce de caminos, Uno sube, el otro sube y el tercero baja. A riesgo de equivocarnos, elegimos el que baja. No nos equivocamos y encontramos bajada hasta Ax-les-Termes. La bajada es heladora. El sol se ha puesto tras las montañas y a pesar del cielo azul da la sensación que ya es de noche.


Yo tengo los pies helados de haber andado tanto rato por la nieve y, sobretodo, del frío aire de la bajada. Los calcetines los tengo mojados.

Vamos directamente a la estación de trenes y preguntamos por el próximo tren. Nos queda un par de horas hasta que pase, así que bebemos unas biéres y comemos unas pizzas antes de tomar el tren camino a los coches. El tren es supermoderno y está muy bien climatizado, la lástima es que no vemos nada de paisaje por que ya es noche cerrada y da la sensación de estar en el metro de alguna ciudad solitaria.
En cuanto llegamos a los coches, Josep, Marta i yo prometemos colgar al tío cabrón que ha escrito la guía.

lunes, 29 de octubre de 2007

Bristol Rocks


Cuando empiezas unas vacaciones sabes que por desgracia, el tiempo pasará muy deprisa y que se acabararán. Te dices: "Que bién! Mañana a estas horas estaré volando y dentro de dos dias a la misma hora estaré paseando por (donde sea)", pero eso inevitablemente te lleva a concluir con "dentro de tantos días estaré de vuelta en casa, oficina...". Por eso tienes que preparar todo para que cuando vuelvas a casa no te encuentres ninguna sorpesa y puedas continuar tu vida de la mejor manera.

Antes de partir rumbo a Girona en coche, acabo de preparar la maleta y me cercioro de que gas, agua y luces estén corectamente desconectados.


Ascensor, coche, peaje, autopista, peaje, parking, peaje y facturo. En menos de una hora estoy en el avión de Ryanair, rodeado de familias con muchos niños pequeños que acaban sus vacaciones, ellos vuelven a sus hogares, han hecho las últimas compras en el duty free. La mayoría para comprar M&M's y chocolatinas. Otros, como yo, compran vinos y aceites que demuestren a sus amigos que han estado en la tierra del sol.


El avión está lleno hasta la bandera. A mi lado tengo una señora que pesará 100 kg o más con su niña que no para de moverse y de hacer guerras de muñecos con los niños de las familias sentadas en las filas posteriores y anteriores. Intento leer y mirar por la ventana. Al cabo de poco rato ya estoy sacando libras en un cajero del aeropuerto de Bristol. Tomo el autobós 331 que me lleva a la estación de autobuses y llamo a mi hermano para que esté preparado. El autobús se abre camino por una carretera en la que de vez en cuando aparecen las Public Houses o Pubs de nombres como The White Hart o The Cross Hands, enmoquetados, con sus billares, pantallas de televisión emitiendo partidos del deporte que sea y decenas de grifos de cerveza de todos los colores.

Javi está esperando en la estación como dios manda. Hacía tiempo que no lo veia. Vamos andando hasta su casa. Un paseo de 10 o 15 minutos por las calles de Jamaica Street y Gloucester Road. Ya es la hora de cenar y después de dejar la maleta. Paula, Javi y yo vamos a cenar a un indio. Después nos bebemos unas pintas y jugamos al snooker con un inglés de gafas redondas y pelo canoso que nos vapulea modestamente a los tres. Es su pub i debe de conocer al bartender perfectamente por que con solo enseñarle un billete de diez libras le sirven una pinta de su cerveza predilecta y un buen chupito de ginebra.

Volvemos a casa y Javi no me deja acostar sin antes haber probado uno de los rones que ha traído de cuba. Estoy ya tan cansado que ni siento ni padezco.

Al día siguiente, Paula se tiene que despertar para ir al trabajo y aprovecho para desperezarme, ducharme y despertar a Javi prometiendole invitar a desayunar en plan inglés. Salchichas, bacon, huevos, judias con tomate... Los he probado mejores.

Damos un paseo por la ciudad, el día es terriblemente gris y frio, invita a quedarse en un pub gastando el dinero en snooker y una buena pinta de Guiness antes de ir a comer a casa.

Ya por la tarde llegan los padres. Es el cumpleaños de mi padre y después de recogerlos en el hotel nos vamos todos a cenar a un restaurante donde nos sirven una buena cena de mariscos y pescado. A pesar del frío los chavales ingleses salen en mangas de camisa y las chicas en minifalda con escotes de vertigo, vaya machotes. Se les puede ver a todos fumando fuera de los pubs. Parece que aquí se toman más en serio lo de acatar la ley anti tabaquismo.


Volvemos a casa, yo estoy agotado y me quedo dormido al instante a pesar que mi madre esta visitando la casa donde vive mi hermano. Una casa grande con cinco habitaciones, un salón grande, una cocina, un cuarto de baño y un aseo. Todo a compartir entre siete personas, cuatro ingleses, una yankee, un catalán y una gallega, parece de chiste.


Al día siguiente mi hermano trabaja y voy´al hotel de mis padres para desayunar con ellos. Otra vez the trad english breakfast. Luego nos damos una vuelta larga a buena parte de la ciudad, visitamos la Abadía de Bristol, de estilo gótico aunque con vidrieras de los años cincuenta, luego subimos a lo más alto del parque mientras mi madre me habla sobre la última visita que ella y mi padre hicieron hace escaso tiempo a Washington DC.



Después del largo paseo esperamos a mi hermano a la salida de su trabajo, el restaurante Gourmet Burger Kitchen, especializado en hamburguesas de todo tipo, de ternera, cerdo, reno... Para variar de temática vamos a un restaurante a comer hamburguesas cerca del río Avon. Después vamos a descansar un rato a la habitación del hotel donde se hospedan los padres. Les han dado una cama en la que caben más de tres personas. Allí vemos durante un rato un partido de rugby que televisan por la tele.

Luego vamos a cenar a un restaurante llamado The Loch Fyne, especializado en marisco y pescado, donde nos atiende una chica con acento raro que dice ser de Londres vete tu a saber, igual habla con acento del barrio bajero del West End o quizás es una primera clase de Chelsea, ¿quien sabe? Se llama Sophia, lo importante es que no ha dejado de sonreir en todo el rato y nos cae muy bien, así que le dejamos una buena propina.


The Loch Fyne

Javi y yo acompañamos a los padres al Marriot y luego nos dirigimos a un garito a ver unos conciertos. Pincha el DJ de los Masive Attack y luego hay varios conciertos en vivo. No nos quedamos mucho rato por que al día siguiente toca madrugar para ir a la ciudad de Bath.
Sábado por la mañana. ¿Que os había dicho? El tiempo pasa volando. Y ya estamos en el tren camino a Bath. Mis padres estan aconsejando a mi hermano sobre cómo afrontar una posible entrevista de trabajo que va a tener dentro de poco en Londres. Mientras, cotilleo la conversación de un tío que llevo sentado detrás de mí en el tren, a pesar de costarme bastante seguir el hilo de toda la conversación capto varias palabras clave: " Rugby, match, Bath, Leicester, kickoff at 2:15, see you for some pints afterwards". Para asegurarme de haber entendido lo que ha dicho, le pregunto si lo que he entendido es cierto. Me dice que hay un partido de copa ese mismo día y que seguramente pueda encontrar entradas en la taquilla.
Nada más bajar del tren nos dirigimos al campo de rugby, que está en el mismo centro de la ciudad en medio de un campo de cesped enorme. Sólo han necesitado plantar los palos y rodear el campo de gradas.

Abadía de Bath

Un paseo por la ciudad, (fundada por los romanos, aproximadamente 50 años a.C.) nos da la idea de una autentica ciudad inglesa con el 70% de la población vestida con camisetas de rugby de equipos de todos los lugares: Munster, Leicester, Cardiff y por supuesto Bath. Entramos a la abadía de Bath, de estilo gótico flamífero o tardío. Ocupamos nuestras butacas en una de las gradas laterales cerca de la línea de 5 metros de una de las porterias. Los del Leicester están calentando a base de choques justo allí con unos sacos.



Interior de la Abadía de Bath
El campo es pequeño, pero está lleno de personas, aproximadamente unas 10.000 a base de 30 libras por persona. suman como mínimo unas 300.000 libras de ingresos sólo en concepto de entradas, no hablemos de derechos televisivos ni derechos de venta de cervezas ni entradas de VIP o Sponsors o ventas de camisetas, gorras... Fácil unos ingresos superiores a las 700.000 libras en un partido, aproximadamente 1.000.000 de euros. En Inglaterra el Rugby es un negocio. Bath Rugby es un equipo con casi 150 años de historia e ir a ver un partido suyo un sábado o domingo por la tarde es casi tan tradicional cómo ir a misa o a tomar unas pintas, si puede ser todo a la vez mejor.

900 kgs contra 900 kgs


Por la tarde volvemos a Bristol. Nos acercamos al Suspension Bridge. Otra muestra de la revolución Industrial, (así como la estación de trenes de Temple Meads). Suspension Bridge es un impresionante puente colgante construido con piedras y grandes tornillos de hierro y una curiosa estructura de mecano tamaño King Size, tiene un carril por sentido y se inauguró en 1864 , casi la misma fecha en la que el Bath Rugby Club dió su primera patada a un balón ovalado.


The Suspension Bridge


De allí descendemos por el barrio de Clifton maravillados por las casas estilo Mary Poppins de ese barrio. La alta burguesia domina al proletariado de Bristol desde las alturas.

Después de una cena, esta vez de carnes, volvemos a casa a descansar.

Ya es domingo y nada más abrir los ojos me acuerdo que ya se acabó el fin de semana.

Desyauno, paseo, snooker, burguer, pints, airport.

En Girona, curiosamente, hace más frio que en Bristol.

viernes, 19 de octubre de 2007

Las inseparables vidas de Stoker, Irving y Drácula

Bram Stoker


Abraham Stoker, más conocido como Bram Stoker debe su fama básicamente por la más célebre de sus novelas: Drácula.
Nacido en Clontarf, un pueblecito cercano a Dublín, Irlanda, en 1847 fue el tercero de siete hermanos y padeció una extraña enfermedad que le impidió valerse por si mismo hasta los siete años. Estos primeros momentos de su vida hipotecados en la cama le dotaron de un extraño y talentoso carácter que le fue muy fructífero en años posteriores.
Después de la milagrosa recuperación Bram pasó a ser un niño normal y corriente, incluso mostrando excelentes aptitudes para el atletismo. Incluso fue nombrado atleta del año por el Trinity College de Dublín, donde estudió durante cuatro años la carrera de Matemáticas y se graduó con honores en la misma.
Después de acabar la carrera no le fue difícil encontrar un trabajo como funcionario público para la Administración de la ciudad de Dublín. Parece ser que no debía de tener mucho trabajo y en vez de ocupar sus largos y espaciosos tiempos ociosos, típicos de funcionario, tomando cafés y charlando con los demás funcionarios, los aprovechaba para escribir novelas y, sobre todo críticas de obras teatrales y de paso publicarlas (sin ánimo de lucro) para The Dublín Mail.
Una de estas críticas fue para una representación que incluía el tour de la compañía de teatro de Henry Irving, afamado actor y empresario londinense de la época especializado en la obra de Shakespeare.
La crítica se Stoker fue muy buena y eso debió de gustar tanto a Irving que éste le invitó a cenar en la habitación del hotel e Irving obsequió a Stoker con unos monólogos shakespearianos que le debieron de dejar sorprendido.
En este momento se de forjó una inseparable relación entre los dos que llevó a Irving a proponer la dirección del Lyceum Theatre, propiedad de Irving, lo cual Stoker aceptó con los ojos cerrados y le llevó a mudarse a Londres en el año de 1878. El cargo de director, tanto de la compañía como del teatro, le tendría ocupadísimo durante 20 años. Giras mundiales, temporadas maratonianas, más de 300 personas a su cargo y un jefe, Irving, ultra absorbente y exigente que le chupaba la sangre cual sanguijuela.



The Lyceum Theatre

1878 es el mismo año en el que Stoker contrajo matrimonio con una belleza victoriana que había sido novieta de Oscar Wilde, Florence Balcombe. El matrimonio, al poco de llegar a Londres dio a luz un retoño al que Bram Stoker no debía de hacer ni puñetero caso en comparación con el caso que hacía a Mr. Irving. Cuenta la leyenda que Florence, ya harta y celosa de la dedicación y adoración exclusiva que su marido no fingía en demostrar por la figura de Irving le debió de comentar a Bram: “¡¡¡Te importaría menos la muerte de tu hijo que la de Irving!!!” a lo que Stoker debió de responder: “Efectivamente, hijos podemos tener muchos, pero Henry Irving no hay más que uno”.
Fue durante los largos viajes internacionales que llevaron a Stoker a visitar gran parte del mundo anglosajón en los que encontró tiempo para seguir con su afición de escritor. Tengamos en cuenta que por aquel entonces, cruzar el Atlántico daba para mucho (no como hoy en día que sólo te da tiempo de beber unas cervezas comer comida infecta, ver un par de películas todavía más infectas y limpiarte las manos con una toalla empapada en agua caliente) e ir hasta Australia (y volver) ya ni te cuento.
Entre océano y océano y después de haber escrito e investigado durante siete años Stoker concluyó su celebérrima obra maestra “Drácula”, basada en la leyenda de Vlad Tepes “el Empalador”.
Las vidas de Drácula y Jonathan Harker son reflejo de las vidas de Stoker e Irving y la relación existente entre estos dos.
“Drácula” tuvo un éxito inmediato y proporcionó reputación e ingresos a Stoker, pero el sueño de éste era que su muso (Irving) interpretara el papel de Drácula en una obra adaptada por el mismo Stoker. Irving nunca aceptó este encargo de su vasallo a pesar que la obra se produjo en el Lyceum Theater.
Sir Henry Irving

Irving murió en 1905 y dejó a Stoker con las ganas de ver a su idolatrado jefe representar la obra de de su vida. A partir de entonces la vida de Stoker sufrió un giro radical.
Cometió un error garrafal al no registrar debidamente los derechos de autor en los Estados Unidos y a pesar de haberlo hecho correctamente en el Reino Unido, murió de sífilis arruinado en 1912 el mismo día en el que se hundió el Titanic.

lunes, 15 de octubre de 2007

Girona - Madrid - Girona



Este fin de semana he estado fuera. En Madrid.

Aterricé en la T2 de barajas donde me vino a buscar Miguel Aragoneses, mi ex-banquero. Después de tomarnos unas cañas por la zona de Conde Duque, en la plaza de Guardianes de Corps y, más tarde y después de un buen paseo, en la Plaza de la Paja (La Latina), para luego acabar en la Braseria el Gaucho que está en la calle de Tetuán (cerca del Oso y el Madroño), es altamente recomendable y ya se ha establecido como una especie de tradición entre los compañeros de la universidad.

A la cena acudieron Miguel, Topo, Gema y yo. Faltaba Javi que se quedó dormidito hasta las 23 pm. La noche del jueves debió de ser dura para tener que recuperar fuerzas con semejante siesta.

Después de unas copas a dormirla a casa que al día siguiente hay que madrugar. Viaje fugaz a Toledo. Paseo por el casco antiguo que está plagado de turistas de todos lados, parece las Ramblas de Barcelona, aunque aquí hay más subidas y bajadas. Vemos el Entierro del Conde de Orgaz en la Iglesia de Santo Tomé, que está atiborrada de gente y de visitas guiadas que hablan en alemán, en francés etc.

Vamos a comer un poco de comida castellana, rabo de toro, perdiz en escabeche, huevos revueltos... lo típico.

Después de admirar la ciudad desde el otro lado del tajo volvemos a casa con ganas de pillar la horizontal, entre el madrugón, la resaca, el papeo y la pateda estoy destrozado.

Me da tiempo de dormir un rato antes de ver Francia Inglaterra, en el Irish Rover de Avenida Brasil. El pub está a rebentar de ingleses y de franceses. Hay bastante ambiente, pero no es muy comodo. Vemos el partido de pié. No resulta un encuentro muy emocionante salvo los últimos minutos de la segunda parte en los que Francia intenta a la desesperada hacer un ensayo. Inglaterra acaba anteponiendose por golpes de castigo y por haber sabido aprovechar mejor las pocas oportunidades que ha tenido.


El domingo visitamos el Lhardy, el restaurante en activo más antiguo de España, de 1839. Situado en la Carrera de San Jerónimo, cerca de Puerta de Sol, es uno de los lugares más emblemáticos de Madrid en general. Yo no lo había visitado nunca. Eso si había pasado por delante del restaurante infinidad de veces. La fachada del restaurante no llama mucho la atención. Pero lo que cuenta es el interior. Para acceder al restaurante se deben de subir unas escaleras desde la trastienda, que llevan al piso de arriba donde se encuentran los seis comedores del restaurante. A nosotros nos situan en el comedor Tamberlick, con capacidad para seis personas. Hay otros comedares más con una decoración que te lleva a otros tiempos, con paredes tapizadas con cuero negro tallado y grandes candelabros con velas rojas y lámparas de araña colgadas en los techos.

El menú es muy simple: Cocido Madrileño (sopa, garbanzos, verdura, carne) y souflé de postre.

Salimos rodando en dirección al aeropuerto y en poco rato estoy volando rumbo a Girona dando cabezadas. Una vez en Girona, la Renfe llega con retraso y tardo mucho más en recorrer los 40 kilómetros que separan Girona de Figueras que los 700 que separan Madrid de Girona.

Ya de noche tengo tiempo de ver el Argentina, República de Surafrica, en la que la lógica se impone a todo tipo de sorpresas.

lunes, 8 de octubre de 2007

Media Maratón de Sant Cugat

Sebastien Chaval, uno de los revulsivos franceses. Uh, uh, uh, uh!!!

Después de haber visto con mi padre en un pub irlandés de la calle Casanova atiborrado de gabachos, ayer sábado 6 de octubre, el partido entre Nueva Zelanda y Francia que se disputó en el Millenium Stadium de Cardiff, en el que Francia ha dado una importante lección a los All Blacks eliminándolos prematuramente y contra pronóstico de la Copa del Mundo en cuartos de final, uno necesita emociones fuertes para seguir viviendo y nada mejor que correr 21 kilómetros y 97 metros. Es decir una media maratón.
En realidad el día en que me apunté a esta carrera que hoy, domingo 7 de octubre, he disputado fue hace bastantes días y el mundial de rugby acaba de iniciar con partidos de la fase de liguilla poco motivadores, pero salía de haber corrido la Burriac Atac. Así que es razonable que después del subidón que proporciona semejante locura se necesite afrontar otro reto del mismo estilo.
Sant Cugat es un municipio que está al otro lado del Tibidabo, situado en las faldas de Collserola, no se cuantos habitantes tiene actualmente, pero no creo que sea muy importante en cuanto a población, más bien por el precio del metro cuadrado de vivienda. En cualquier caso, la característica más importante de Sant Cugat que concierne a esta ocasión es la irregularidad de su superficie.
A pesar que se ha intentado vender la prueba diciendo que se habían suprimido duras rampas, las personas que conocen Sant Cugat saben que para sacar 21 kilómetros dentro del municipio, no queda más remedio que incluir desniveles a no ser que se quiera marear a los participantes en un circuito dentro de una pista de atletismo.
Las rampas al menos no son muy largas. Quizás lo más duro de hoy haya sido el sol, que pegaba con rabia. Además la carrera empezaba a las 10:00 como si se tratase de horario invernal. Vale la pena adelantar un poco más el comienzo para evitar sofocos.


Hoy he empezado bastante suave, los dos primeros kilómetros los he corrido al lado de Arnau, que conocí esta pasada edición de la Burriac. En el mismísimo kilómetro 2 empezaba una subida y he cambiado el ritmo dejando a mis espaldas a Arnau. A partir de ahí el circuito se convierte en una continua montaña rusa que provoca cambios de ritmo continuos. Levantar las rodillas en las bajadas y empujar con los muslos fuerte hacia atrás en las subidas. En los escasos tramos de llano intentar mantener el ritmo combinando ambos movimientos. El calor hace que tome varias botellas de agua en los avituallamientos, tanto para beber como para refrescarme la cabeza. Cosa que normalmente no hago en las carreras, pero que dado el calor que hace necesito como agua de mayo, valga la redundancia.
Me he sentido muy bien toda la carrera, pero al final me han empezado a doler los dedos de los pies. Creo que no me he apretado lo suficiente las zapatillas y eso provoca que el pié baile un poco y mis dedos choquen continuamente con la parte delantera de las zapatillas. Entrenando no me llego a dar cuenta de esto, por que escasas veces paso de los diez mil metros. Pero hoy han sido veintiún mil y pico veces las que mis dedos han tenido que sufrir el golpe. Así que cuando quedan cuatro kilómetros empiezo a notar cómo se quejan mis dedos.
La llegada es en bajada y tengo fuerzas para tirar y acabar dando unas buenas zancadas a lo keniata. Ni tan siquiera miro el tiempo del crono de la meta, más preocupado pro recuperar el aire y beber un poco de agua.
Agua, Coca Cola, chocolate, naranjas, en poco rato ya he recuperado sales y líquidos necesarios para ir a recoger la mochila.
He quedado con Xavier García, otro compi del máster. Como vive en Sant Cugat, hablé con el en cuanto me apunté a la carrera para ver si nos tomábamos unas cañas después de la carrera. Me lo encuentro al poco de haber acabado estiramientos y cambiarme de camiseta. Xavi viene acompañado de su hija, que tiene escasos meses, no se si tres o cuatro, se llama Carla y está dormida placidamente en el carrito. Nos dirigimos a su casa y allí me pego una ducha que me repone bastante. Después una caña en una terraza, con Lourdes, su mujer, mientras nos ponemos al día de todo un poco, básicamente de mi curro y de Carla, que es muy maja y no para hasta que consigue que sus padres se la turnen en sus brazos.
Después de la caña, nos vamos a comer a su casa. En el paseo de vuelta, el dedo índice del pié derecho, me empieza a molestar tanto que no me queda más remedio que descalzarme en cuanto llego a casa de Xavi y ponerme hielo. Noto un bombeo de sangre constante bajo la uña, completamente negra, que me hace pensar que en cualquier momento va a explotar el dedo y va a dejar el comedor con un bonito recuerdo de mío… Por suerte no ocurre nada y el hielo y un buen entrecot hacen que me baje la inflamación y me olvide del dolor.
Después del postre estoy a punto para sobar en el sofá que me ofrecen Xavi y Lourdes pero el efecto del entrecot ha desaparecido y necesito más hielo y un antiinflamatorio.
Mientras tanto ha empezado el partido del Barça que juega en casa contra el Atlético de Madrid y Carla se ha despertado de la siesta y está jugando en una colcha con juguetes y sonajeros y se lo está pasando de miedo.
Los colchoneros lo llevan claro. En el descanso ya han encajado dos golitos. Me despido de la family hasta una próxima y sigo escuchando el partido por la radio en el coche camino de Figueres. No obstante y a pesar que el Barça marca un tercer gol en el último minuto, la emoción de este partido dista muco de la satisfacción de haber visto ganar a los galos ayer o de haber acabado otra media maratón. Por cierto, mi mejor registro en una media (1:37:31).

martes, 2 de octubre de 2007

Santa Susana - Sant Martí del Montnegre

Merecido descanso en Sant Martí de Montnegre

Me despierto por mi propio pié a las 7:30 de un domingo. ¿Esto significa que ya me estoy haciendo viejo?
Ayer, sábado, hice esfuerzos para aguantar despierto todo el partido del Levante Barça que acabó con un 1-4 bastante rotundo. Vuelvo a preguntarme lo mismo ¿me hago mayor?
Bueno, me dejo de cuestiones que supongo que se podrán interpretar de mil formas y dependerán de varios factores en los que no quiero profundizar ahora.
El caso es que el domingo me desperté muy temprano y en vez de volver a la cama (cosa que habría hecho en otra ocasión) me desperezo y corro hacia la televisión para ver que tal le va a Fernando Alonso en la tierra del sol naciente. Allí llueve a cantaros y Alonso ocupa el décimo lugar. Mientras me preparo el desayuno compuesto de galletas, zumos, leche y chocolate Alonso sufre una excursión de la pista impactando contra uno de los muros de protección, quedando su monoplaza totalmente inutilizado. La carrera deja tener interés y me preparo para salir de casa. He quedado en Santa Susana con Carlos Muniesa, excompañero de MBA.
Ya en el coche, en vez de coger la autopista de peaje 7, cojo la N-II. La N-II es un claro ejemplo de historia en estado puro. Esta carretera nace en la misma Puera del Sol de Madrid y acaba en la frontera con Francia después de recorrer casi 8oo kilómetros. No conozco la N-II en su totalidad, pero desde luego no tiene nada que ver el tramo que recorre desde Madrid hasta Alfajarín con el tramo que va desde Barcelona a La Jonquera.
No obstante la carretera a su paso entre Figueres y Girona está pintado con señales amarillas (obras) en gran parte. Es curioso ver cómo a finales de 2007 estamos todavía con una carretera de un solo carril por sentido en casi 80 kilómetros.
A pesar de ser todavía muy temprano, las 8:00 de la mañana, la única alternativa razonable que me lleva hasta Santa Susana (la N-II) resulta ser desesperante tanto por los guiris mañaneros que circulan con sus caravanas a 60 u 80 por hora, como por las obras de ensanche. Así que tardo más de una hora en llegar a mi destino.
Santa Susana suena a paraíso californiano. Sol, playa, palmeras descapotables conducidos por rubias en bikini, casas blancas de estilo colonial. Sólo el sol y la playa coinciden con mi idea previa del lugar.
La excusa que me ha llevado a quedar a esa hora es una ruta en bicicleta por parte del Montnegre.
Después de dar una mínima vuelta en el coche por el pueblo, llego a la plaza central en la que aparco el coche. Mi razonamiento urbanita me dice que encontrarme con Carlos en esta plaza que he encontrado casi al azar es imposible. Sin embargo, justo cuando estoy preparado para llamar por teléfono, Carlos aparece en la plaza con su coche. Una llamadita que me ahorro.
La jornada ciclista comienza después de la puesta a punto de la bici de Carlos, bici que es del siglo pasado pero que mantiene concienzudamente a la perfección. De hecho, la mía, con solo un año chirria más.
Paisaje del Montnegre

El paísaje del Montnegre en su vertiente sur está lleno de altos árboles cubiertos de plantas parásitas que trepan a las copas dando un aspecto totalmente selvático. Por su vertiente obaga, tanto colores, como olores y temperatura cambian radicalmente.
Después de mucho preguntar y casi perdernos, llegamos a Sant Martí de Montnegre atraídos por una señal en la que aparece un tenedor y un cuchillo. Sant Martí de Montnegre es una parada y fonda en toda regla. Manteles de hule, llescas de pan con tomate, escalivada, butifarra con seques y allioli. Después del frugal festival, nos desplazamos a la terracita con vistas en la que nos tomamos un café: Carlos aprovecha para enseñarme sus fotos del viaje que ha hecho este verano por toda la cornisa cantábrica. En pocos minutos recorremos tres mil kilómetros virtualmente a través de la pequeña pantalla de la cámara digital, desde los pirineos aragoneses hasta Asturias pasando por Pamplona, Donosti, Bilbao, Laredo, Santander, Gijón… Buen viaje, por un momento me olvido que estamos en medio de una ruta en bici y que tenemos que volver a los coches antes que se haga demasiado tarde.
La vuelta es más fácil, las piernas nos van solas y noto como ambos dos vamos más ligeros que antes, además ahora estamos bajando, aunque todavía da para toparnos con algunos buenos muros que nos ponen a prueba.
Al final hemos hecho unos 50 y pico kilómetros. Nos merecemos unas cervezas. Propongo alargar la ruta hasta la playa. Allí encontramos un chiriguito que se llama Chiri (creatividad a tope!!) que si que concuerda más con la idea previa que tenía de Santa Susana. Playa, sol, cerveza fría, yates a toda vela.
Ya hemos hecho los deberes, sólo queda volver a casa.

El Chiri de Santa Susana

lunes, 24 de septiembre de 2007

Cursa de la Mercè 2007



Después de una reparadora ducha, de un buen plato de arroz y de un rato de tranquilidad, me monto en el coche rumbo a Barcelona. El objetivo es llegar a Plaça Universitat antes de las 8 de la tarde. Cosa que, dependiendo como esté el tráfico dentro de la ciudad, puede impedir que recoja el dorsal de la Cursa de la Mercè 2007.
Llego por los pelos y aparco el coche en doble fila en Ronda Sant Antoni a riesgo que algún urbano se ponga chulo. Pero siendo las fiestas de la Mercè supongo que tienen cosas más importantes que hacer.
He quedado a las 10 para cenar con Vania y Álex, a los que hace un montón que no veo. Me quedo medio dormido en casa de Carlos mientras veo todas las versiones de lo que los periodistas creen que puede estar pasando con Ronaldinho…
Para llegar al restaurante donde hemos quedado me pillo una bicing hasta Enric Granados con Provenza. Antes de empezar con la cena he pedido tres botellas de agua, tengo una sed insaciable. En la cena pido primero, segundo, postre y una copita de pacharán. Volvemos hasta calle Trafalgar andando y yo me despido, ya no estoy para más trotes.
Cuando suena el despertador a las 8 de la mañana no se exactamente donde estoy. Esto es síntoma que he dormido profundamente. Pero no he descansado. Me da bastante pereza ir a correr.
Pero al final quito pereza y al cabo de poco tiempo estoy otra vez montado en una bicing rumbo Plaza España. Una vez allí me doy cuenta que no soy el único corredor que ha escogido las bicis públicas para desplazarse hasta la línea de salida y que todos los lugares de depósito de bicicletas están ocupadísimos y no queda absolutamente ninguna plaza libre. Tengo que subir hasta el cruce de Josep Tarradellas con Entença para encontrar un hueco libre. Tengo el tiempo justo para llegar a Plaza España corriendo y subir hasta la fuente para dejar mi mochila y dirigirme a la línea de salida.
No ha empezado la carrera y ya estoy sudando como un pollo. El día es bastante gris y la humedad debe ser altísima, por suerte no hace mucho calor.
Al cabo de poco dan la salida y comienza otra nueva aventura de 10.000 metros. Al principio el atasco es monumental, como siempre. Se tuerce hacia la izquierda y se desciende hacia Paralelo previo Tamarit, luego subimos por Entença donde cruzamos Avinguda Mistral y llegamos a la Gran Vía. Una vez allí se puede ver, en el horizonte la cabeza de carrera que a esas alturas ya está en la parte más alta de la carrera a su paso por Paseo de Gracia. La distancia entre la cabeza y el grupo con el que voy corriendo está cubierta por una espesa alfombra de corredores uniformados, casi todos con la camiseta naranja fosforescente que la organización ha regalado a todos los participantes. Al cabo de pocos minutos yo ya estoy allí, sigo el ritmo de dos amigos que corren juntos. Uno de ellos está continuamente animando al otro. Ambos parecen ser buenos, pero al que se le está animando parece que le cuesta. Las piernas de este son extremadamente delgadas, sobretodo la musculatura de los gemelos. Me fijo en que tiene unas cicatrices de intervención quirúrgica en ambas piernas. Les adelanto. Hasta que llegamos a calle Marina me siento bastante bien y con fuerzas y creo haber cogido el ritmo con el que puedo acabar por debajo de los 43 minutos (desde el resfriado que me he olvidado de bajar de 40’). Pero al torcer a la derecha por Ausías Marc, donde veo que muchos participantes toman la esquina atajando por la amplía acera, me indigno y me desconcentro. Llega el kilómetro 5 y oigo a alguien que llevamos 22 minutos. Estoy bastante destrozado, las piernas han dejado de correr solas y ahora requieren de ordenanzas y decretos para que se muevan. Llegamos a Universitat y tomamos Ronda Sant Antoni hasta Sepúlveda. Sepúlveda es todo subida hasta Paralelo y se vuelve a ver toda la marea naranja que llega hasta el final, pero esta vez ya no veo la cabeza de carrera, que se distingue por las luces azules de los coches patrulla que escoltan a los líderes de la carrera.
Intento disfrutar de esta imagen única pero mi parte racional se sobrepone a la emocional y me empiezo a preguntar cuando cruzaremos el kilómetro 6. Al poco rato diviso el cartel del kilómetro 7, así que se me sube un poco la moral. No obstante debe de quedar 1 y medio para llegar a Paralelo, y a medida que nos acercamos, la subida se hace más notable. A pesar de tener el sentido del olfato un poco desgastado por el resfriado de la semana, puedo sentir el olor a sudor de todos los corredores mezclado con linimentos y spray muscular a la vez que se empiezan a oír los primeros bufidos de flatos, los primeros vómitos y abandonos por rampas en los muslos o gemelos. A mí se me está haciendo especialmente dura esta carrera, 10.000 metros son siempre duros, pero cuando estás intentando superar una marca o al menos mantenerla es más duro todavía. Especialmente el último kilómetro.

Cuando llego a Paralelo hay que girar hacia la izquierda rumbo mar, por el lado dónde normalmente circulan los coches dirección Plaza España, hasta la altura de Rocafort. Por el otro lado ves a los corredores que van a acabar por debajo de los 40 minutos. Giras a mano derecha y te encuentras de morros con que Paralelo es un buen pedazo de subida, pero por otro lado te alegra ver que ya es el último kilómetro, aunque lo único que puede consolarte es la visión de la meta, es decir, todavía puede ser que te hagan dar la vuelta a la plaza. Pero por suerte una vez llegas a la plaza sólo tienes que girar a la izquierda y veo que todavía puedo apretar un poco para no sobrepasar los 45 minutos y mantenerme en los 44 y pico.
Cuando acabas una carrera de estas siempre están empezando la sesión de estiramientos los que han llegado antes que tu, yo estiro a su lado mientras bebo Aquarius y agua que reparten los voluntarios. Los que han finalizado comentan con la cara aún roja del esfuerzo “no he hecho buena marca… no he podido bajar de 3’35” en ningún momento y todo el rato a 180 pulsaciones macho… hoy no es el día… el fin de semana pasado con Paco si que me encontraba bien, que te lo diga ¿eh Paco? Díselo!!… esta es para pasar el trámite… vamos a ver que pasa el fin de semana que viene… el miércoles estuvimos entrenando unas series con Pep, Laura y Juanmi a 3’05” y estos cabrones están muy fuertes macho… joder!! Pero si son muy jóvenes para ti, que tu ya eres un abuelo!!…”.
Los humanos vivimos en el pasado o en el futuro, rara vez nos damos cuenta del presente. Pero una carrera es una ocasión ideal para vivir el presente. Debes concentrarte en el ritmo: en el “un, dos, un, dos, izquierda, derecha, izquierda, derecha” coordinar los pasos, no tropezar, levantar las rodillas, mover los brazos respirar como un pulmón de acero, escupir y sonarte las narices en el momento preciso, evitar un flato como sea. Esa ración de 40 minutos y pico de presente es suficiente por un buen periodo de tiempo. En cuanto acabas la carrera vuelves a tu estado original de recuerdos y sueños por cumplir.
Por eso una carrera sin esos u otros comentarios sería como un jardín sin flores.

Ruta 8 del Centro BTT Salines Bassegoda

El sábado comenzó con un poco de de dolor de cabeza y tos de finales del resfriado que he sufrido durante toda la semana.
Aún y así, después de un buen desayuno el cuerpo empieza a pedirme marcha y me empiezo a preparar para salir con la bici.
Me disfrazo de ciclista y me dirijo en coche hasta Albanyà. Este pueblo esta a unos 15 kilómetros, en el principio del Vall de la Muga y es donde acaba todo tipo de civilización. Una vez se deja a espaldas Albanyà, todo es subida. Nada más empezar la subida me encuentro con fuertes pendientes sin descanso, así hasta durante los cinco primeros kilómetros. A partir de ahí la pista se divide en dos y se puede seguir subiendo o girar hacia la derecha por donde marca la señal para BTT. Después de un corto repecho empieza una bajada bastante prolongada hacia la otra vertiente del valle. Cuando acaba la bajada comienza una zona de rompepiernas muy divertido que obliga a coger ritmo, incluso levanto el culo del sillín alguna vez. El paisaje es precioso, muy húmedo y bastante frondoso. Hay tramos en que la pista parece una pista de tenis de tierra batida y la rueda se queda rebozada de este polvo. Varias veces hay que cruzar charcos de riachuelos que bajan con agua desde lo alto del monte.
Al cabo de 10 kilómetros se corona una colina en la que hay una casa abandonada, al cabo de poco rato veo llegar a un grupo de ciclistas, les pregunto si voy bien para volver a Albanyà, ellos están haciendo el mismo recorrido que yo pero en sentido contrario. Los más fuertes me dicen que no me queda mucho, los que están más jodidos dicen que me espera una buena todavía. Me invitan a comer con ellos unos macarrones (vienen con coche todo terreno que les hace de escoba, así da gusto. Les doy las gracias y les digo que tengo un poco de prisa y sigo mi ruta.
Después de este descanso sigo bajando durante un buen rato, hay muchas piedras que saltan y golpean violentamente el cuadro, es un milagro que no haya pinchado.
Sigo las indicaciones de l’Hostal de la Muga, pero no encuentro nada que se parezca a un hostal donde haya un posadero que se encargue de servirme una refrescante cerveza de medio litro acompañada de un buen chuletón de vaca autóctona con patatas fritas y unos buenos melocotones ce postre.

¿Dónde esta el hostal de las narices?


Llega un momento en el que hay que subir, subir y subir hasta llegar a la cota 1050 mts. Llegar allí supone invertir más de hora y media. La ascensión se realiza por una típica pista estrecha, muy cubierta por los árboles, que llega a lo más alto de la montaña mediante una serie de “eses” que se suceden sin cesar y siempre con desnivel importante. Cada vez que tuerces por una de las curvas puedes ver lo que te espera hasta la próxima curva y procuro animarme a mi mismo diciéndome: “Va!! Tira!! Que seguro que esa es la última curva”. Pero no es así. Me empiezo a desesperar un poco y además se me está acabando el agua y no quiero beber agua de los riachuelos que te encuentras de vez en cuando, por miedo a una canalera. La subida parece que llega a su fin cuando se llega a un descampado en el que no se puede disfrutar del paisaje debido a la niebla. Me paro y me abrigo pensando que ya he llegado a la cota 1050 prometida. A partir de ese descampado vienen varios tramos llanos combinados con fuertes bajadas. Pero no se tarda mucho en llegar a una nueva serie de subiditas tocapelotas. Al cabo de un par de kilómetros encuentro este indicador y poso con la mejor cara que puedo para inmortalizar el momento del feliz encuentro. Tras repetir la foto cuatro veces, creo que en la que mejor salgo es esta. Las otras fotos creed que dan miedo.



Coll de Bassegoda (1.105 mts.)

Ahora si que ya sólo queda bajada, 12 kilómetros de bajada. Por pista estrecha con múltiples cambios de rasante y un montón de pedruscos que vuelven a atacar violentamente al cuadro y los pedales. A pesar de la horquilla, los brazos me piden un descanso cuando solo he descendido dos kilómetros. Mientras freno oigo “psssssss”. Pinchazo, lo que me faltaba. Cambio la cámara lo más rápido que puedo pero me noto que estoy agotado. Pasa un todo terreno de un cazador. Me ofrece llevarme, pero le digo que ya estoy listo y le doy las gracias.
Monto la rueda otra vez y al cabo de otros dos kilómetros me encuentro un masia en la que hay colgado un cartel que reza “Begudes”, entro y compro una botella de agua. Descanso un poco y contemplo las vistas, desde aquí se puede ver un poco más el valle.


La que te espera chaval!!

Vuelvo a montar en la bici y al cabo de doscientos metros vuelvo a pinchar. No me lo puedo creer. No me queda otra cámara de recambio.
Ahora si que la he cagado. Me quedan unos ocho kilómetros hasta llegar a Albanyà, de bajada eso si.
Pero bajar con las zapatillas con calas para pedal automático es bastante incomodo por que no pisas muy bien y menos en un terreno pedregoso como el de esta pista. Por suerte hay algún tramo de la pista que esté pavimentado con losas de hormigón y entonces me monto en la bici, pero cuando vuelven tramos de tierra tengo que bajar para no cargarme la llanta. Claro que en este hormigón estoy seguro que no le va bien ni a la llanta ni por supuesto a la cubierta, que ya la tendría que haber cambiado hace algunos kilómetros.
Al final llego al coche. Son las cuatro y media de la tarde, desde las once montado en la bici y un total de 53 kilómetros. Vaya contratiempos. Y encima ahora ya he perdido el tren que tiene que llevarme a Barcelona. Tendré que ir en coche. En fin, la etapa a acabado pero el día continúa. Así es la vida.

lunes, 17 de septiembre de 2007

¿Quién me iba a decir que un día como hoy podría acabar tan bien?



A petición y con permiso de mi primo Charles, esta vez comenzaré este relato de la siguiente manera:
¿Quién me iba a decir que un día como el de hoy podría acabar tan bien?
La noche anterior había aguantado hasta bastante tarde con algunos de los ex compañeros del Master. Muchos de ellos fallaron, pero esto no impidió a los que nos reunimos aguantar hasta bastante entrada la noche. A mí y a los últimos que aguantamos nos dieron las cinco y pico. Las noches de juerga me impiden dormir con tranquilidad, supongo que la mezcla de cerveza, vino, agua, café y copas no es muy buena idea si se quiere tener una buena digestión y despertar con las neuronas en su sitio.
A las cinco horas de acostarme decidí levantarme para no perder más tiempo entre bostezo y bostezo, ducharme, vestir y salir a la calle.
Un día bochornoso en la Ciudad Condal, no especialmente caluroso pero descaradamente pegajoso. Dado que mis primos no contestan a las llamadas que hago a sus móviles decido darme un paseo con Bicing hasta plaza Catalunya y entrar sin objetivos claros a tiendas de discos. Se me ocurre una idea, entrar a discos Castelló y hacerme pasar por friqui de la ópera. Pregunto a uno de los dependientes por grabaciones de óperas de Pietro Mascagni que no sea Caballería Rusticana y me muestra un par en las cuales no estoy interesado, así que le pido por Gugliemo Ratcliff o Silvano. El tío me pone cara de “¡no me fotis la mañana macho!”, me dice que no le suena ni que tenga en existencias grabaciones de estas óperas ni que existan ni tan siquiera; “Compruébelo por favor”, vuelve a poner cara de no me fotis y se dirige al mostrador arrastrando los zapatos perezosamente. Efectivamente en su catálogo de grabaciones de óperas no existe ninguna de Silvano que pueda conseguir, sin embargo puede encargar alguna de Gugliemo Ratcliff.
En ese momento me llama mi primo Charles diciendo que se acaban de despertar él y George. Dice que están bastante perjudicados de la boda de la noche anterior y que todavía se tienen que levantar, desayunar, lavarse y ponerse las pilas. Que a mis primos les quede por hacer todas estas cosas quiere decir que puedo seguir mirando discos, gafas de sol, bicicletas (y todo lo que rodea al mundo de la bici) y otras cosas además de ir a esperarles al vestíbulo del hotel.
Aparece Charlie y lo que queda de Jorge. Jorge tiene que embarcar en un avión de Vueling que sale en menos de una hora, pero antes de dirigirse al Prat tiene que sacar dinero en un cajero y tomar un taxi. ¡¡Si no pierde el vuelo será por el poco pelo que le queda al mamón!!
Nos quedamos Charlie y yo solos ante el peligro. Después de una obligada parada técnica en una óptica en la que mi primo se prueba unas cuantas gafes de sol (por supuesto ninguna acaba de convencerle) cogemos un taxi en el que obligamos al peseto a que haga uso del aire acondicionado y nos dirija al Port Olímpic. Una vez allí nos apeamos y seguimos a pié por el paseo marítimo de la Nova Icaria hasta el Bogatell. Nos sentamos en uno de los chiringuitos que se encuentran en la playa (anteriormente descrito en “Renos en la Barceloneta” y desde el cual está tomada la foto que encabeza este relato) y tomamos cervezas y ensaladas a ritmo de Bob Marley y posteriormente de DJ nisupu. Parece que el día empieza a coger color.
A mi primo se le ocurre la idea de darnos un baño en la piscina del hotel. Yo, esta vez no he traído el bañador a Barcelona y me compro uno con abre botellas incorporado (reconozco que es una exageración dicho complemento y que seguramente el bañador esté dirigido a un público que se lo monta todavía mejor que yo).
Otro taxi, otro peseto a quién obligar a hacer uso del aire acondicionado y rumbo a la Illa Diagonal.
Una vez en el hotel, nos ponemos el bañador y nos damos un baño en la piscina.
La piscina está situada en la azotea del edificio y es de estas que salen en las revistas de arquitectura moderna en la que el agua está rodeada de láminas de madera y se tiene vistas a la ciudad. Como una imagen vale más que mil palabras, aquí os dejo una foto para que os hagáis una idea de la piscina y mi bañador.




Después de un rato de descanso, descubrimos que en el piso de abajo había un Spa. Así que recorrimos varias veces el circuito de hidroterapia: masajes en los gemelos, rodillas, muslos, espalda, hombros, burbujas, baño de agua helada, sauna…

Una vez acabado el circuito, vimos en la habitación del hotel la semifinal de España contra Grecia del Eurobasket, buen partido y merecida victoria de los españoles.
Nada más acabar el partido nos dirigimos a la parte alta de Barcelona para saborear las siempre sabrosas hamburguesas del O.K. de Sarriá. Ya había intentado una vez enseñarle este lugar pero dio la casualidad que estaba cerrado. La visita al O.K. no defrauda, pero Charlie se ha dejado un hueco en el estomago para una Cervela en el Frankfurt Pedralbes. Bajamos por Major de Sarrià hasta Plaza Artós, calle Santa Amèlia para tomar Capitán Arenas, passeig de Manel Girona y calle de Jordi Girona. La calle de Jordi Girona se ha vuelto un cluster de Frankfurts y restaurantes. Sorprende la gente que hay en las dos aceras de la calle comiendo bocadillos y bebiendo cerveza. Los jardines de la Universitat Politècnica de Catalunya se convierten en improvisados campings de orgías salchichísticas.
Después de acabar los bocadillos nos vamos andando hasta el hotel de Charlie. Nos despedimos y yo vuelvo a casa para dormir plácidamente, el Spa me ha dejado destrozado. Sin lugar a dudas la vida del turista gastronómico es bastante dura.
Al día siguiente, decido que ya tengo los deberes hechos y me voy pronto a Figueres. Pierdo el tren Express y para amenizar las dos horas de tren me compro Rockdeluxe y El País.


lunes, 10 de septiembre de 2007

Burriac Atac 2007


Me alegra comunicaros a todos que la carrera de Burriac 2007 ha sido un éxito personal. En caso que queráis curiosear, tendréis que buscar el nombre de la persona por quien corrí: Pau Panyella Montlleó, con el dorsal 181.

He rebajado mi anterior tiempo en 26 minutos, exactamente he tardado 1 hora y 37 minutos en acabar el recorrido. Y no solo eso, he quedado en la posición 41 tened en cuenta que este año la participación llegaba a los 300 corredores.

La táctica que decidí llevar a cabo ha resultado ser efectiva y sostenible.

Esta táctica consistía en comenzar fuerte desde el principio y adelantar a mucha gente antes de comenzar el primer ascenso, una vez comenzado el primer ascenso la idea era subir a muy buen ritmo para evitar atascos en las subidas y así aprovechar las subidas que son mi punto fuerte (muy parecido a subir puertos en bici) y bajar a un ritmo moderado sin presión por parte de los expertos en bajada.

Llevar a cabo esta esta estrategia supone estar a tope de pulsaciones durante la subida y aprovechar las bajadas para tomar aire y coger velocidad. No andar en la subida para no romper el ritmo ha sido lo que me ha permitido ir avanzando posiciones en las primeras rampas, en las cuales me encontraba a los primeros sorprendidos ingratamente por las pendientes de la carrera. Conocerse el terreno es un punto a favor para cualquiera de los corredores y haberla corrido una semana antes suma otro punto.

El pistoletazo de salida se dio puntualmente a las 21:30 en Vilassar de Mar al lado del famoso Espinaler, ya de noche y con algo de viento de levante. Antes de salir tenías que validar el chip exclusivo para esta carrera. Tras unas cuantas carreras de calentamiento y estiramientos dentro del cajón de salida, no quedaba más remedio que esperar quieto entre las primeras posiciones para conservar un buen sitio de salida. Esperas impaciente la salida a ritmo de batucada que provocan los gritos, aplausos y el aumento de excitación de todos los corredores. Josep, Xavier i otros amigos de estos nos encontrábamos juntos y notábamos los nervios característicos previos a una carrera de semejante magnitud.

Empezamos todos juntos y decido empezar a apretar. Un leve pinchazo en los riñones auguran el comienzo de un flato que me ha venido acompañando durante toda la semana. No me encuentro tan bien como pensaba.

Antes del segundo kilómetro tenemos que girar a la izquierda para abandonar el recorrido asfaltado y comenzar el todo terreno: arena, tierra, agua, piedras y raíces. La mayoría de los participantes (entre ellos Josep y Xavier) giran antes de lo debido hacia la izquierda y ahorran unos metros y segundos. Yo decido ser legal y no atajar. En ese instante me desaparece el flato y comienzo con el ritmo de apisonadora. Al cabo de tres minutos alcanzo a Josep y Xavier, justo en ese momento tengo tiempo para mirar hacia atrás y observar el espectáculo: cientos de personas con su frontal encendido detrás nuestro conforman una hilera de lucecitas blancas pertenecientes a locos por la locura, Josep y yo nos decimos "Això es la llet!!" y al cabo de poco nos separamos, lo dejo atrás. Es entonces cuando empiezan los primeros desniveles. Llegamos al club de tennis que hay que cruzar y allí empieza el ascenso a la primera cima. Veo los primeros pinchazos y primeras personas caminando. Yo aguanto hasta el primer tramo de montaña, allí me permito subir 10 metros andando y es la primera y la última vez que pienso "¿Qué hago aquí?". Empieza la parte de sendero en el que hay que ir en fila india y es casi imposible adelantar. La chica que llevo delante, durante un buen tramo, me deja pasar y ya no la vuelvo a ver hasta la llegada. Después de pasar a la chica empieza el primer tramo en el que hay que utilizar las manos para subir. El chico que me hace de rueda se equivoca de ruta y tengo que volver hacia atrás, pero solo un par de metros. A los dos tercios de ascensión oigo un petardazo que significa que el primero ya ha coronado la primera colina, Turó de l'Infern. No me desanima, de hecho me anima, voy muy bien mejor que el año pasado desde luego, pero sigo teniendo miedo por la bajada.

Unos cuantos minutos más tarde corono el Turó de l'infern y empiezo a oír algo que durante toda la carrera me repetirán los de la organización: "Vamos!! Vas con los primeros!!" Me vuelve a animar. Llevo delante un tío con aspecto de pro. Le pierdo pronto, en los primeros tramos de bajada pero me anima el hecho que no oigo a nadie que me pise los talones. Esta primera bajada es corta pero intensa y rápidamente se llega al primer avituallamento en un llano en el que se empalma con la subida al segundo pico. Decido no parar el ritmo y prescindir del refrigerio. Lo que me supone adelantar a otros tantos corredores y ahorrar unos segundos. La subida al segundo pico empieza con una subida fuerte que rompe bastante el ritmo y te obliga a a subir a paso lento. Acto seguido entramos en un camino en el que hay que agachar la cabeza para evitar las ramas. La visión no alcanza nada que vaya más allá de cinco metros y además el sendero es muy sinuoso, con curvas a derecha e izquierda combinadas con rocas que hay que sortear o saltar como buenamente puedas.

El ascenso a este segundo pico se hace más ameno por que se puede correr y notas la sensación de recorrer metros. La llegada al segundo pico, no es tan espectacular como el primero o tercero, no tienes la sensación de altura puesto que los arboles tapan la visión que pueda haber.

En este pico no hay control. Voy solo y comienza el descenso que me parece más complicado por la dificultad del terreno. Si no vas con cuidado, puedes acabar rodando por la ladera o con un buen rasguño. Aquí si que hay un par de personas que me piden permiso para adelantar, "En cuanto encuentre un hueco te dejo macho!!", así lo hago. Pero en es instante el descenso se ha acabado y comienza un tramo fácil en el que hay que dar piernas y coger ritmo. Estamos en el Kilómetro 8 y medio y hay que abandonar el camino llano hacia la derecha para tomar una pista que vuelve a romper el ritmo completamente. Las personas que me han adelantado en la bajada están encarando la subida caminando. Yo no dejo de trotar, me imagino que voy en bici y pongo plato pequeño y piñón grande aumento la cadencia de pasos y disminuyo la zancada a pocos centímetros. Adelanto a tres personas que están completamente asfixiadas. Llego al lugar en el que los que ya han coronado Burriac cruzan delante de los que todavía les queda lo más duro de la ascensión al Castillo. Lo más duro son unas rocas de granito en los que tienes que volverte a ayudar de las manos. Pero la recompensa se empieza a saborear. Las luces de Premià, Cabrils Cabrera y Vilasar de Mar se empiezan a ver y más allá puedes imaginar que el enorme espacio negro que se extiende a espaldas de estos municipios es el Mar Mediterráneo. Vienes de allí y ahora tienes que volver.

Otro puesto de avituallamiento. Este si que lo aprovecho, bebo un vaso de agua y otro me lo tiro por encima. Vuelta a bajar. Ahora me cruzo con los que van hacia arriba, voy solo y esta bajada ya no es tan técnica, además me siento muy fuerte todavía. A pesar de todo no fuerzo la máquina. Aunque lleve un buen frontal y ahora la luz ilumine unos 15 o 20 metros, no quiero arriesgar en la bajada. Sólo queda un par de tramos de bajada técnica con algunas raíces y creo recordar que algún que otro cactus. Oigo a alguien que me pisa los talones. No me alcanza hasta que llegamos a la pista: "Vamos!!"

Llegamos a Cabrils, la civilización y más avituallamiento, decido no parar y empiezo a bajar las escaleras. Ahora queda la última subida Ca l'Escarraman, no se que querrá decir Escarraman, pero suena a putada, y lo es. Es la última subida. A estas alturas los que van por delante cuesta cogerles y no pecan de inexperiencia, pero les puedo seguir el ritmo. Acaba l'Escarraman y llegamos al mismo sitio por donde pasamos a la ida para encarar la primera ascensión al turó de l'Infern, comienza una buena bajada que hay que frenar con los muslos. Cruzamos la autopista y oigo que a la persona que viene detrás le dicen "Ets la segona noia!!!" Esto es increible tengo sólo una chica por delante, esto quiere decir que estoy haciendo un muy buen tiempo. La segunda chica viene a muy buen ritmo, es Laia, la conocí la semana pasada en el entrenamiento, cuando me adelanta le doy ánimos y ni se me ocurre seguir su ritmo. Sólo quedan dos kilómetros. Hay que girar a la derecha y bajar perpendicular a la playa por una riera y por un paseo, cruzar las vias del tren por un pasillo subterráneo y llegas a la playa. El tío que tengo delante se desespera y baja totalmente el ritmo, se hunde literalmente en la arena mientras yo parezco flotar en ella. Lo adelanto. Como si de una película yankee de tratara levanto los brazos y disfruto de este adelantamiento, de mi llegada en solitario y de los aplausos de todo el público, estoy entusiasmado. Entrego mi chip y el organizador de la carrera, Alex, me reconoce y me felicita con un abrazo. Cojo una botella de agua y otra de bebida isotónica me entregan en el acto una estadística con mis tiempos parciales y totales. No me lo puedo creer. Esto hay que celebrarlo.

Al cabo de bastante rato encuentro a Josep, el también ha mejorado su marca de el año pasado. Nos tomamos unas cervezas y unos bocadillos. Saboreamos durante un buen rato nuestra proeza y ya sólo nos queda comenzar a planificar futuras carreras y retos.