miércoles, 16 de septiembre de 2009

Col de L'Izoard


L’Izoard – 30 de junio de 2009

Sigo con las piernas pesadas. Pasamos a una chica con pinta de triatleta. A los cien metros Manolo se lanza ¿un ataque?¿Otra locura? Salgo a su rueda. No, me dice, que os voy a tirar una foto. Bueno, yo no paro, ya que me has lanzado macho, sigo.

El primer tramo es bastante tendido, un poco rompe piernas, quizás. Incluso hay zonas de bajada a favor. Nos hemos adentrado en un valle, hacia el este, por el que, a la derecha, baja un río. Pronto llego a Cervières, un pequeño pueblecito a orillas de un río que baja cargadito de agua. Allí hay que seguir por la carretera y se cambia de orientación. El Col de l’Izoard está en dirección Sur, se ve al fondo el pico con el mismo nombre, aunque sinceramente, no se si es el de la izquierda o el de la derecha. En cualquiera de los dos casos, ambos picos imponen, allí no hay vegetación.

La primera curva después del pueblo me permite ver los demás, que vienen por detrás. No los llego a diferenciar, hay un buen numero de ciclistas, aunque ese de amarillo es Luís, sin duda, y esa de rosa es la triatleta. Delante también empiezo a ver nuevas presas. Grupos de amigos que suben, suben y suben.

Paso por unas cabañas, Le Laus, y a partir de ahí, no más de 500 metros, empiezan las curvas, a la derecha la primera y a la izquierda la segunda. Subo fuerte, me siento inspirado. Podría ir más despacio, pero, joder, vamos a dejarnos un poco la piel, que me he metido un desayuno para esto y luego viene el aperitivo, la comida, la siesta y la cena. Subírtelo a mala leche, aprieta los dientes en cada una de las curvas. Hasta trece curvas cuento (así te entretienes encima de la bici), y veo una larga recta que asciende a lo largo de una pradera, además la breve ausencia de pinos me deja ver lo que me queda, casi nada, veo tres curvas todavía muy a lo lejos y quien sabe que habrá que hacer para llegar allí, ¿Será eso?¿Seguro? Quizás no, es lo malo de no saber a donde vas, ni llevar cuenta kilómetros, sorpresas y más sorpresas. Miro hacia atrás, por favor que no venga nadie… Tengo suerte, subo más solo que la una, hace rato que no pasan ni tan siquiera motos. Jadeo desde hace un buen rato. Llego al final de la recta y sigo por la curva que gira a mano izquierda, un poco de respiro, como me gustan las curvitas, otra, otra, otra, suman ya… ¿Cuántas llevaba? Ya se te ha olvidado otra vez, joder Pablo te pasa siempre, ¿en que vas pensando? Como en la piscina. Me está empezando la locura del ciclista. Demasiadas cosas en la cabeza.

Se acaban los pinos. Si, hay que subir hasta esas curvas, no queda más remedio, ahora lo veo más claro. Además se ven ciclistas tomando lentamente esas curvas como si fuesen hormigas rojas. Desde aquí no se les ve la bicicleta, pero por la forma de avanzar seguro que son ciclistas, un movimiento uniforme aún y siendo subida, demasiado lento para ser una moto, desde aquí es imposible ver si .

Eso de ahí es un refugio, pone algo de Napoleón, ahora, ahora lo leo, Refuge Napoleón, ya me lo imagino pasando por aquí con las tropas con ganas de conquistar, esperando que los ingleses dijesen enough is enough, hasta aquí has llegado chaval. Me pregunto si le hubiese gustado el ciclismo. Necesitaría una bici pequeña, con desarrollos duros, aún y así ascendería en bailón, con un pedaleo cuadrado, forzado, sería el rey de la montaña, un héroe nacional, y Carla Bruni se enamoraría de él, dejaría a Nicolás con mucho pesar, o quizás seguirá con ambos, menage a trois, consentido por los franceses, cosas que sólo pueden pasar en Francia, como aguillotinar a la nobleza, como sus quesos, sus vinos, carnes y embutidos, son los mejores. Los franceses le llamarían Emperador, los italianos Il Ogro d’Ajaccio, los alemanes Das FahrradKaiser. Subiría con cara de estar más que exhausto, no se podría llevar la mano a su tripa, tendría que esperar a que acabe el puerto, pero nadie le seguiría, y sus hermanos, enchufados, no le llegarían ni a la suela de los zapatos. Su absurda obsesión por no dormir más de cuatro horas al día lleva de cabeza a todos sus médicos, algún día le daría algo, algún día, un médico inglés le diría basta chaval, ça, ça c’est beaucoup, trop mon petit amie, hasta aquí has llegado, se retiraría lejos de la montaña, a una isla, harto de tanta montaña.

Dejo a Napoleón afronto las primera de las cuatro últimas curvas. Dos a derecha y dos a izquierda. Las que son a izquierda, están suspendidas en el aire, reforzadas por grandes muros de piedra. Parecen torres de una fortaleza. Atacar, sin piedad, primero una y luego la otra por este orden. Cae la primera torre, la segunda por mucho que se enroque no tiene nada que hacer, vas a caer, ya no hay quien me pare y cuando caigas vas a llevarme hasta la cima, por fuera pareces temible, quizás soy yo quien juzga con malos ojos, pero, eso si, por dentro eres lisa como una hoja de papel, al final me has ayudado a llegar eres mi curva preferida de hoy quien sabe si la de todo el viaje. Hay muchas otras, ya he perdido la cuenta hace rato, pero que más da eso. Me quedo contigo.

1 comentario:

kundry dijo...

Vaya recuerdos de hace unos meses. Yo (que iba por detrás lógicamente, incluso detrás de la triatleta) recuerdo vagamente la salida de Briançon, dura, luego el falso llano y todas esas curvas. Recuerdo los carteles en cada kilómetro con el tanto por ciento de subida, cláramente falso. Y el refugio en el final de la subida y un nuevo cartel anunciando un 12% que nos puso los pelos de punta hasta llegar al final para exclamar ¿esto es todo?. Foto y bajada a por Manolo y Esteban y otra vez subir el último kilómetro y medio. Luego café en el refugio y a comer en Briançon. Mañana Galibier y pasado Alpe d'Huez y ayer Montgenevre y Sestriere...
¡Qué vida más dura...!